viernes, 29 de enero de 2010

Textos Nicolás

El verdadero motivo

Podemos imaginarlo. Max está sentado a unos pasos del lecho, en el sanatorio. Están solos. Franz, cubierto hasta el mentón con una manta oscura. Ya han hablado de otras cosas. Y llegan al momento conocido. Se ensombrece la habitación. Max lo va a traicionar, para nuestra dicha; en verdad no lo traicionará, sino que hará de la traición un gesto kafkiano. Ya conocemos a Franz y sabemos que la vergüenza habría de sobrevivirlo si su amigo no cumplía con su designio.
En esa habitación, los dos, no hablaron de la obra de uno u otro, de la posteridad (de la obra, porque sí hablaron de la otra). Franz le pidió, sí, el favor, y Max lo cumplió. Para ocultar el terror de Franz, Max dio a conocer los escritos. Ya conocemos a Franz. Y lo que deseaba ocultar. Por eso digo que no hablaron del destino literario. Justamente, la obra de Franz dada a conocer por Max logró ocultarnos a todos su negado primogénito, e impidió felizmente que la vergüenza lo sobreviviera.


..........................................................Nicolás Jozami


Un poema de e. e. Cummings





puesto que sentir es lo primero
quien preste alguna atención
a la sintaxis de la cosas

nunca te besará del todo;

ser del todo un tonto
mientras la Primavera está en el mundo

mi sangre aprueba,

y los besos son un destino mejor
que la sabiduría
señora lo juro por todas las flores. No llores
- el mejor gesto de mi cerebro es menos
que el parpadeo de tus pestañas que dice

somos el uno para el otro: entonces
ríe, recostada entre mis brazos
porque la vida no es un párrafo

Y la muerte pienso no es ningún paréntesis



Comentario

Debe ser este uno de los pocos poemas en donde Cummings no retuerce la sintaxis ni la invade de descortesías, como suele hacerlo en casi toda su obra poética, usando a su antojo, aunque bellamente, los paréntesis, las comillas, los puntos, las minúsuclas y mayúsculas, los puntos y comas, los cortes abruptos de palabras, etc. En este breve poema parece querer mostrarnos una analogía entre la vida y las herramientas propias de la escritura; quizás quiere decirnos que no debemos ajustarnos ni doblegarnos ante los cánones del sentido, común ni de ningún otro, y que se puede lograr una comunión y comunicación entre dos personas, dos Verbos, dos entidades, a través del mensaje poético que muta y descorre sus vestiduras sintácticas pero no su primordial mensaje.
Nota: es difícil conseguir los poemas de Cummings, buenas traducciones de los poemas de Cummings. Invito a buscarlo y leerlo. Además de poesía, nos daremos cuenta que los signos y elementos con que escribimos diariamente, conforman una jungla literaria autónoma, de alcances inusitados.


..........................................................Nicolás Jozami


Glauce

VIII

El silencio es la violencia.

Pero más violencia es mezclar las palabras

confundirlas

trastocarlas

para que el silencio se vuelva error

y creamos que la paloma se transformará en dragón

y el que se alimenta con nuestra sangre es el cordero.

La trampa

La araña se descolgó por su

hilo de plata

mientras yo estaba desprevenida

hablando de los poetas Ming

de la guerra de guerrillas

y los satélites de Saturno.


En un principio jugué con la filigrana de su tejedura

como si hubiera sido el humo de mi cigarro.

Pero ella me inmovilizó las manos

las piernas

la garganta.

Me convirtió en su amante.

Ahora no sé que ocurriría si ella se cansara de su

juego

soltara mis amarras.




La bestia


Hay una bestia que grita en mis entrañas

y no sé si es la vida que dejé de vivir

o si es mi ángel de la guarda

aherrojado.




La vida

No es una espiral. Es un círculo.

Cerrado y perfecto.

Fundamentales problemas matemáticos

podrían resolverse con su diámetro

sus coronas

sus trapecios.

Llegaría a saberse si realmente existe vida

en Júpiter

se curaría el cáncer

se daría al zodíaco un lugar prominente.

Pero éste es mi círculo.

Cerrado y sin perspectivas.

Lo cuelgo en una cadena alrededor del cuello

Y me golpea acompasadamente el corazón.



Comentario

Glauce Baldovín es una gran poeta cordobesa. Nació en 1928 y murió en 1995. Glauce no juega. Su soledad infinita se palpa en cada verso; su mundo enigmático, emponzoñado, lleno de obsesiones, cuchillos y alfileres, es sin embargo de una extraña vitalidad. Parece que su grito, sus palabras, construyen instantáneas plenas de elementos que cobran fuerza en virtud de su capacidad de aislamiento.



Glauce tiene varios libros de poesía, que se leen con el pesar de saber que se conoce una vida apesadumbrada y que nos pesa también a nosotros. Por ahí filtra y deja testimonio del dolor que le produjo la desaparición de un hijo suyo en la última dictadura militar.



Glauce es de esas poetas de las que no se sale ileso. Glauce es, ya lo dije alguna vez, y lo repito, una Alejandra Pizarnik con menos prensa pero más profunda. Los animales, el cansancio, la sombra enemiga, la magia, el desarraigo, la aceptación de un destino que se revela como un grito, son logros inmanentes en su literatura. Estos poemas que transcribí arriba pertenecen a su libro Poemas crueles. Otros son: Libro de la Soledad, y Nuestra casa en el tercer mundo (publicados juntos), Yo Seclaud, Libro de María-Libro de Isidro, Con los gatos el silencio, entre otros. .........................................................Nicolás Jozami



Paolo Uccello: Pintor


...............por Marcel Schwob


Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero los florentinos lo llamaron Uccelli, es decir, Pablo Pájaros, debido a la gran cantidad de figuras de pájaros y animales pintados que llenaban su casa; porque era muy pobre para alimentar animales o para conseguir aquellos que no conocía. Hasta se dice que en Padua pintó un fresco de los cuatro elementos en el cual dio como atributo del aire, la imagen del camaleón.
Pero no había visto nunca ninguno, de modo que representó un camello panzón que tiene la trompa muy abierta. (Ahora bien; el camaleón, explica Vasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y el camello, en cambio, es un gran animal descoyuntado). Claro, a Uccello no le importaba nada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad y lo infinito de las líneas; de modo que pintó campos azules y ciudades rojas y caballeros vestidos con armaduras negras en caballos de ébano que tienen llamas en la boca y lanzas dirigidas como rayos de luz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbraba dibujar mazocchi, que son círculos de madera cubiertos por un paño que se colocan en la cabeza, de manera que los pliegues de la tela que cuelga enmarquen todo el rostro. Uccello los pintó puntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas con forma de pirámides y de conos, según todas las apariencias de la perspectiva, y tanto más cuanto que encontraba un mundo de combinaciones en los repliegues del mazocchio. Y el escultor Donatello le decía:

-¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por la sombra!

Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y agrupaba los círculos y dividía los ángulos, y examinaba a todas las criaturas bajo todos sus aspectos, e iba a pedir la interpretación de los problemas de Euclides a su amigo el matemático Giovanni Manetti; luego se encerraba y cubría sus pergaminos y sus tablas con puntos y curvas. Se consagró perpetuamente al estudio de la arquitectura, en lo cual se hizo ayudar por Filippo Brunelleschi; pero no lo hacía con la intención de construir. Se limitaba a observar la dirección de las líneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y la convergencia de las rectas en sus intersecciones, y cómo las bóvedas cerraban en sus claves, y la reducción en abanico de las vigas de techo que parecía unirse en la extremidad de las largas salas. Representaba también todos los animales y sus movimientos y los gestos de los hombres con el propósito de reducirlos a líneas simples.

Después, a semejanza del alquimista que se inclinaba sobre las mezclas de metales y órganos y que escudriñaba su fusión en el hornillo en busca de oro, Uccello volcaba todas las formas en el crisol de las formas. Las reunía, las combinaba y las fundía, con el propósito de obtener su transmutación en la forma simple de la cual dependen todas las otras. Fue por esto que Paolo Uccello vivió como un alquimista en el fondo de su pequeña casa. Creyó que podría convertir todas las líneas en un solo aspecto ideal. Quiso concebir el universo creado tal como se reflejaba en el ojo de Dios, que ve surgir todas las figuras de un centro complejo. Alrededor de él vivían Ghiberti, della Robbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellos orgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobre Uccello y de su locura por la perspectiva, apiadándose de su casa llena de arañas, vacía de provisiones. Pero Uccello estaba más orgulloso todavía. Con cada nueva combinación de líneas esperaba haber descubierto el modo de crear. La imitación no era la finalidad que se había fijado, sino el poder de desarrollar soberanamente todas las cosas, y la extraña serie de capuchas con pliegues le parecía más reveladora que las magníficas figuras de mármol del gran Donatello.

Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa estaba envuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía ni en lo que bebía y se parecía por entero a un ermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a un círculo de viejas piedras hundidas entre la hierba, vio un día a una muchacha que reía, con la cabeza ceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestido delicado, sostenido en la cintura por una cinta descolorida, y sus movimientos eran elásticos como los tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y le sonrió a Uccello. Él notó la inflexión de su sonrisa. Y cuando ella lo miró, vio todas las pequeñas líneas de sus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curva de sus párpados y los entrelazamientos sutiles de sus cabellos y en su mente hizo adoptar a la guirnalda que ceñía su frente una multitud de posiciones. Pero Selvaggia no supo nada de eso, porque tenía solamente trece años. Ella tomó a Uccello de la mano y lo amó. Era la hija de un tintorero de Florencia y su madre había muerto. Otra mujer había ido a la casa y había pegado a Selvaggia. Uccello la llevó a la suya.

Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frente a la muralla en la cual Uccello trazaba las formas universales. Jamás comprendió por qué prefería contemplar líneas derechas y líneas arqueadas a mirar la tierna figura que se tendía hacia él. A la noche, cuando Brunelleschi o Manetti iban a estudiar con Uccello, ella se dormía, después de medianoche, al pie de las rectas entrecruzadas, en el círculo de sombra que se extendía bajo la lámpara. A la mañana, se despertaba antes que Uccello y se alegraba porque estaba rodeada por pájaros pintados y animales de color. Uccello dibujó sus labios y sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijó todas las actitudes de su cuerpo; pero no hizo su retrato, como hacían los otros pintores que amaban a una mujer. Porque el Pájaro no conocía la alegría de limitarse a un individuo; no permanecía nunca en un mismo lugar; quería planear, en su vuelo, por encima de todos los lugares. Y las formas de las actitudes de Selvaggia fueron arrojadas al crisol de las formas, con todos los movimientos de los animales y las líneas de las plantas y de las piedras y los rayos de la luz y las ondulaciones de los vapores terrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse de Selvaggia, Uccello parecía permanecer eternamente inclinado sobre el crisol de las formas.

A todo esto no había nada que comer en la casa de Uccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo a Donatello ni a los otros. Calló y murió. Uccello representó la rigidez de su cuerpo y la unión de sus pequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojos cerrados. No supo que estaba muerta, así como no había sabido si estaba viva. Pero arrojó sus nuevas formas entre todas aquellas que había reunido.

El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su obra suprema, que ocultaba a todos los OJOS. Debía abarcar todas sus búsquedas y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años. Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:

-¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro!

El Pájaro interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas.

Y algunos años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro. Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado. Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la circunferencia al centro.


(Extraído de "Vidas Imaginarias")


Comentario:


Todo, todos los temas universales se cifran en este breve y excelso cuento de Marcel Schwob. Amor, muerte, locura, búsqueda del sentido de la vida, son rasgos de los que no carece ninguna obra de arte, y al paso del tiempo me atengo, que confirma estos dictámenes que definen lo clásico, lo permanente, y que aportan a lo ya analizado un singular relieve.
Elegí este breve texto de Schwob porque cada vez que lo recorro, soporto una sensación de desasosiego en el afán del pintor para alcanzar su obra, y luego me descargo en la plenitud de saber que ha muerto en esa búsqueda, donde no importa si alcanzó lo que quería o no. Es increíble la soltura con que el autor utiliza la imprecisión de una certeza y que justamente nutre la idea que nos hacemos finalmente del texto. Me explicaré. En los últimos párrafos, Donatello mira la obra terminada de Uccello y, asombrado, contesta: “Oh, Paolo, cubre tu cuadro”. Luego el autor aclara: “El Pájaro (Uccello) interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas”. No sabemos si logró su objetivo el pintor, pero ese no saberlo, esa duda, en la que pareciera se basa todo el cuento, es lo que nos calma, al pedirnos que cada lector finalice con la respuesta, provisoria como todas, que quiera. Bueno, con respuestas provisorias nos manejamos en la vida ¿o no? Y no creo que muchos quisiéramos terminar nuestros días con el pergamino de nuestros propias búsquedas aferrado al pasado.
El arte, la literatura, Schwob en este caso preciso, nos invita a buscar nuestra obra u obras en la contemplación sigilosa de nuestros esfuerzos, que quizás otros descubrirán. Lean las Vidas Imaginarias de Schwob, de donde extraje este breve relato. Cada personaje de ese libro se mueve con una fuerza impulsiva más real, más consistente y menos adornada que nuestros propios circuitos biológicos.



,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,Nicolás Jozami


Caída de los grandes relatos


Ella llega tímidamente, despabilándose. Se arrima a la mesa tapándose la boca.
-¡Hola! ¿Cómo estás?- le digo sin sacar la vista del diario. -Bien- contesta ella, a pesar de que la voz le sale aflautada y disminuida. -¡Mirá!-, dice sacándose la mano de la boca y señalándome los dientes inferiores con una encía libre en el medio.
–Se te salió un diente- le digo remarcando la palabra diente.
– Me lo sacó mi hermano- dice ella sentándose o más bien acurrucándose en la silla blanca, como preparándose para continuar la charla.
-¿Y cómo te lo sacó? ¿Con un hilo de coser?- dije, gesticulando el ademán de la operación.
–No- dice ella, -me lo agarró así y me lo sacó- mientras apretaba el índice y el pulgar dentro de su boca en la zona donde faltaba el diente y los movía hacia fuera con rapidez.
-¡Qué bueno Mili!- le dije mientras daba vuelta las páginas del diario. Ella cambió la cara repentinamente. Se puso seria, pensativa, casi lacrimosa, y largó una sonrisa saliendo de la silla, donde más que sentada, parecía encerrada. -¿Y hoy por qué no fuiste a la escuela?.
–Lo de siempre- respondió mirando al suelo, con intención de clausurar ese tipo de preguntas. Y volvimos al tema excluyente.
–Che ¿y dejaste el diente para el ratón Pérez?-. Milagros volvió a cambiar la cara, lentamente, como escogiendo los gestos.
–Sí, pero por mi hermano el ratón no pudo llevarse el diente- dijo.
-¿Y qué hizo el Oscar ahora?- le dije frunciendo las cejas.
– Es que me sacó la almohada mientras dormíamos- afirmó.
-¿Y cómo?- le repregunté.
-Sí, profe, yo puse el diente debajo de la almohada, y me acosté a dormir, pero el Oscar dormido me sacó la almohada para tenerla él y el diente se cayó al piso-.
–Ah, entonces el ratón Pérez no encontró el diente cuando pasó por tu cama, ahora entiendo- le dije.
–Sí-, dijo ella mirando el cielo nublado a través de la ventana que estaba detrás mío.
–Claro, el ratón pasó, buscó, y al no verlo, se fue sin dejar nada. –Claro profe. Pero igual mi mamá dijo que me iba a dar los dos pesos- dijo avergonzada, como sintiéndose culpable de la infructuosa espera-.
-¿Profe, tiene un lápiz? ¿Y un papel?- dijo Milagros.
–Sí- le contesté, mientras me levantaba a encender el calefactor. Le acerqué un lápiz y pedazos de papel. Milagros hacía líneas verticales y levemente arqueadas en el centro de las hojas. En su sonrisa faltaba el diente que anoche no estuvo. Pensé en el diente muerto, tirado en algún lugar del suelo. En el hermano que cuidaba de ella cuando su madre no estaba. Pensé en el ratón Pérez, ya viejo, cansado, dando vueltas en círculos, solitario, en busca de un motivo para comprender la culpa de no poder vivir en la imaginación de una niña.
-Capaz que el ratón Pérez está viejo y cansado ya, Mili, y por ahí no puede pasar más a llevarse los dientes- me dije a mí mismo frente al dibujo que Milagros hacía, arrodillada en la silla blanca.



...................................................................................Nicolás Jozami

Nicolás, te comento:
Me enterneció, pero sobre todo me gustó porque trasciende la brecha entre la literatura infantil y la adulta. Esta es otra forma de reencantar el mundo. Los diálogos son creíbles, hasta se puede sentir las posiciones de los protagonistas. El narrador adulto sólo se abstrae en el título, conservando su visión intelectual en la máxima posmoderna: "La caída..." Un abrazo, Miguel.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto!

jose

Anónimo dijo...

Muy bueno Nico, y me encantó la idea del blog!! Felicitaciones!!
beso grande, Luciana