viernes, 29 de enero de 2010

Hola, Miguel, te comento:

Tuve oportunidad de leerte y lo que quiero rescatar en esta primera entrada es, como te había adelantado personalmente, el sentido de revelación que existe en la construcción de tus textos, la aparición epifánica de sucesos que descubren un mundo conocido pero ilimitado. En tu imaginario hay una pretensión voraz diría por aprehender el recuerdo, la materia de aquello que recordamos y que recobramos para vivir el presente de una manera completa. Ejemplos de ello sobran en tus textos: una diversión de la infancia que revela un modo de vida, una reconciliación de pareja imaginada en objetos o prendas de vestir, una separación que inventa un inframundo para soportar el dolor de una decisión, un carnicero cuya picardía e inmoralidad está matizada con la nobleza de nuestros actos más sinceros, una expedición a un lugar en quietud e irreconocible, donde lo que no se puede conocer o comprender es visto como una admitida condena, con una extrañeza que azora al lector, como sucede con muchos textos de Kafka; hay también versos que dibujan objetos y elementos en una rueda armónica donde se resignifica lo cotidiano, lo aparentemente común.
En la aventura que es trepar por tus textos veo, como en casi todas las cosas de este orbe, algunas que son afinadas y agudas y otras que atrapan por el costado que repelen. En tu poema “La estación de los pies hinchados” hay una declaración de fidelidad a la esencialidad sensible y fugaz de las cosas de este mundo, en raptos orientales que son acordes al fin perseguido por la voz escondida detrás de tu poética: “me siento tan cerca de las cosas/que se caen de maduras. Y todo porque ellas/ se dejan caer y el silencio las respalda”. La mayoría de tus textos busca penetrar en la memoria de lo sucedido, del hecho narrado, del poema consumado; hay como halos que recubren a los poemas, como una especie de celofán sagrado que nosotros como lectores debemos sacar y correr para adentrarnos en esa epifanía de la que te hablaba al principio. Lo sagrado, sin una bandera religiosa preestablecida, nutre estas creaciones, sobre todo en tu libro “Es lo que no sé”. Allí los objetos de todos los días (recuerdo una cama, la de cada uno de nosotros, que parece mirarnos entre acongojada y triste para decirnos que nos necesita, que le rindamos reverencia por lo que compartimos) nos devuelven al centro de nuestra transitoriedad, como aquel papel de la calle del poema de William Carlos Williams, que mueve el viento y le hace hacer las más irreverentes cabriolas, hasta detenerlo y ponerlo a trabajar nuevamente.
En un poema muy logrado, “El cielo de cada día”, hay una visión y un reflejo de Rosa Luxemburgo diferente a la que creemos conocer, quizás una imagen edulcorada y que muestra (asume) otro costado del personaje. No hay una intencionalidad evidente Miguel de despojar méritos sino atribuir algo por lo cuál esa persona (una marxista revolucionaria asesinada en 1919 junto a su compañero por soldados alemanes) también podría ser reconocida. Un hecho mínimo pero grandioso que acompaña a la bien sabida trayectoria del personaje en cuestión. Transcribo: “No va a quedar en la Historia una mujer/ porque haya cultivado un jardín/en un cajoncito”. Sé que da para larguísimas e interesantes discusiones, pero lo que quiero rescatar es que la poesía permite ensamblar efectos, abrir cosmovisiones, delatar pormenores. Rosa Luxemburgo es lo que fue, y además “podría” ser reconocida por haber cultivado un jardín en un cajón, que cargaba con un amor apasionado. Prefiero creer Miguel que esto último no es en desmedro de su acción política, de su influencia viva, más allá de sus acciones o labores estrictamente personales; prefiero leer al jardincito como un detalle de la causa que Luxemburgo defendía.
Esto que escribí antes es lo que propone tu poesía y tu prosa, Miguel. Imprime a los textos una ahistoricidad que es tan virtuosa como pecaminosa, a mi entender. Es tanto un logro como una restricción. Pero en esa ahistoricidad está la posibilidad del hecho sagrado, del rescate de lo absoluto, de la negación de relatividades. La posibilidad de una pluralidad de lecturas es un logro de tu estilo (recuerdo un texto de tu libro “Guía de ausencia” que está lleno de papeles, ficheros, polvo, lobreguez, infinitud y hastío, tan kafkiano como impreciso en su contexto histórico, lo que permite ubicarlo en cualquier época y situación; eso es producto del trabajo del símbolo en tu literatura), y es necesario que muchos ojos y muchos corazones puedan recorrer tus páginas.
Un último párrafo quiero dedicarle a la vuelta de tuerca que hiciste en tu libro “El sendero sin bordes” con la heteronimia. Es un juego intelectual y vital de feliz impronta, que convierte al libro en un calidoscopio de voces y tonos, con capas y capas ficcionales. Escribís una confesión donde explicás que estás autorizado a reunir junto a tus textos los de otras tres personas con las cuáles mantuviste diálogos y conversaciones en una especie de taller-tertulia literario. Pero la heteronimia está estirada bellamente, ya que las otras personas que escriben junto a vos te pidieron encarecidamente que los publicaras con seudónimos. De esta manera, las otras personas, las otras voces siguen difuminadas, haciendo un contrapeso con tu voz y tus aparentemente textos propios, que se amparan en ese juego de escondrijos indentitarios para hacer refulgir la literatura, la epifanía de los poemas y breves relatos, descarnados, sacros, bellamente intensos.

...........................................................................................................................................................Nicolás FOTO: Rubén Jozami -2010-


COMO NOCHE Y DÍA

Todas las noches dejo sola a mi cama
como si trabajara de sereno
y volviera al otro día,
a hacerle la siesta.

La encuentro tan fría o tan caliente
bajo el techo amenazador,
que me culpo por las noches
que le hago pasar.

..........................Cama cerca del techo,
.........................¿dejada a esa altura por un sueño
..........................que tuve con ella?
¿Qué espera?
¿Que la ponga en tierra
como a las tablas de una tumba?
¿Que retome el sueño
que quedó entre los dos?





Preguntas por mirar un techo.





..............................¿A qué hora se despierta mi cama?
..............................¿Cuando vuelvo o me voy?

Mi cama es un suspenso
a la altura de un dios.
Día y noche coinciden en ella.
Es mi horizonte, el vapor del buey,
alba y ocaso de la vida es sueño.

Cama soñada por los que trashuman
diásporas a ras del mundo,
opia de pueblos,
camalota,
hay un momento de agua en toda cama;

mi cama toda,
qué fe me das cuando me estoy cansando,
harto de mí, pasado de otros.
Yo te ofrezco mi cuerpo
y me voy a dormir;

cama que me desprende de la carne,

cuidá mi ofrenda hasta que vuelva
y despierte tendido
como si siempre hubiera estado allí.
Da cuenta de mi alma,
que me he rendido.
Se noche para el día.


Miguel de la Cruz de "Es lo que no sé"




Épica y sentido (publicado el 19 de julio de 2010)


Épica, sí, épica en esta época. Detenernos sobre la posibilidad de momentos sin ningún tipo de añadido, es de esas preguntas de las que no sabemos si infringimos la respuesta cuando ésta se nos presenta. Y me remito a Milton por ejemplo, a esa obra capital que es el Paraíso perdido, y que posee una cualidad entre otras: a Milton lo escuchamos más que leerlo cuando lo leemos; las vicisitudes de esa batalla infernal por ocupar el espacio celestial exhalan una música que sella nuestros ojos. Los capítulos contienen diálogos, reflexiones, acciones, que más allá del tema, suministran la idea de que el poema exprime la ansiedad de una búsqueda, de vivir a costa de entregarse.
Pues bien Miguel, así es como este poema de Milton, que no es una apostilla o exégesis de ciertos capítulos bíblicos sino a la inversa diría yo, da cuenta de lo que escribí en la primera línea: vivir hoy de manera épica. No ser superhéroes de la caridad, ni donar nuestro tiempo solamente, sino apreciar la armonía de nuestros sentidos, de destapar las corazas para entender cuántos rellenos humanos son verdaderamente accesorios, prescindibles en ese esfuerzo titánico que es tornar epopeya el mundo que nos habita.
De ahí que exhorto a visitar aquellas cosas que nos han dado motivos para pensar en lo heroico que es simpatizar con nuestra plenitud. Yendo a lo concreto, pensemos la infinidad de cosas que podemos hacer en el tiempo que logramos dedicarnos, en la batalla colosal que es decidir qué hacer con ese tiempo y no entregarlo como un mercenario a propuestas que ni siquiera existían en nosotros. Pregunto, ¿dónde está nuestro fruto? ¿Por qué está prohibido? Lo que una persona puede sacar de sí, sin extensiones o aditamentos comerciales, es lo que mejor se transmite y puede compartirse. Milton, es este sentido, parece que escribiera como si se fuera quedando sin tinta, no sin qué decir.
Y esta épica moderna, que al parecer siempre se realiza siempre en los otros, tiene sus ejemplos: un aviso gráfico que vi no hace mucho en la calle, donde la publicidad muestra a una mujer recostada en un sillón con un libro abierto y los ojos perdidos; a su lado, un lavarropas trabaja con el jabón para lavar y cuyo envoltorio está sobre el suelo, arrugado pero brillante, donde resalta la marca. La pregunta que me surgía al ver este cartel era ¿esa mujer tiene pasado? ¿Cómo logró realmente llegar así a ese lugar tan placentero, vestida como para irse de fiesta, si hasta el libro parece que no tuviera peso en sus manos, y eso que es de tapa dura. La curiosidad, si nos detenemos un segundo está en saber si cada uno de nosotros pudiéramos llegar a ese lugar, en ese estado y, obvio, por decisión propia. He allí lo épico en nuestras vidas, en ese vivir con los sobresaltos que provienen de nosotros o que el mundo nos provoca al vivirlo, no en las bambalinas de lo impuesto.
En esta época, ese sentido en cada búsqueda no debe ser inmolado. Requiere un esfuerzo sobrehumano, de ángeles, o diablos, como los de Milton. Y Milton, que yo sepa, fue un ser humano.
Un cuento no muy conocido de Felisberto Hernández, promueve a mi entender una curiosidad casi policial de los sentidos, en las cosas y en nosotros. El texto se llama Menos Julia, y dejo una frase: “Ya he sentido otras veces el corazón como si me anduviera un rengo en el cuerpo”. Frase para coleccionar, pero más para ponerla a prueba. Sentir el corazón como si un rengo nos caminara adentro. He allí para mí la épica.

...........................................................Nicolás Jozami


Comentario de Miguel





Si tradicionalmente la épica suena más hablada que escrita y se inspira en hechos de un pasado histórico, mítico o fabulado, nuestra época, Nicolás, se narra con la voz de la simultaneidad, es una épica de pasado inmediato. Lo inestable, lo vago y a su vez tangible hasta el hiperrealismo, conforman un estado que hacen renguear a nuestro corazón, tomando lo que vos tan bien citás de Felisberto Hernández.
Para John Berger, esta simultaneidad actual está representada por el panel derecho del Jardín de las Delicias de El Bosco, que es la imagen del Infierno. Todo está en un mismo plano de abajo hacia arriba, sin profundidad ni proyección, lo que está faltando es futuro y como el presente nunca sobra, el deseo es reducido a noticias de la más manipulada contingencia.
La mujer publicitaria que viste, leyendo al lado del lavarropas, por lo que describís, carece de procedencia y, por supuesto, de épica existencial. Nuestro heroísmo acaso sea atravesar el mundo de la simulación que es el mundo de hoy y que viene desde hace bastante tiempo atrás (disculpá que me cite pero escribí estos versos hace bastante tiempo atrás: “Tanto se ha extendido el presente / que se adelantó al porvenir”).
Vamos incorporando de todo un poco y transformando lo que recibimos de la época, no recordamos lo pasó hace cien años sino lo que tenemos que hacer ya. Milton también incorporó mucho del latín a la lengua inglesa y de los párrafos bíblicos hasta transformarlos en unas volutas de catástrofes voluptuosas y en un “espacio de nuevos mundos”, y como estaba ciego les dictaba de noche los versos a sus hijas: así poetizó en voz alta, anticipándose a nuestra época enceguecida por sus imágenes; y ahora que me lo recordaste, me has traído un párrafo del Paraíso Perdido que no sé si su modernidad viene de su visión poética o es una licencia del traductor para actualizarlo, pero que reproduce de todas maneras ese caos temporal que es similar al nuestro, en donde se debate como vos decís nuestra épica y nuestro sentido, mientras nos guía el menos elevado de los espíritu, un Mammón que sigue removiendo riquezas de la tierra y creando con ellas el escenario de la simulación:


“De improviso, se elevó de la tierra como una exhalación un inmenso edificio a los dulces acordes de una grata música y de plácidas voces (…)
Aquella mole ascendente se detuvo en cuanto fijó su majestuosa altura, e inmediatamente las puertas, abriendo sus hojas de bronce, dejaron ver interiormente un anchuroso espacio, cuyo pavimento era nivelado y terso. Del arco de las bóvedas pendían con sutil magia muchas hileras de lámparas y brillantes fanales, que, alimentados con asfalto y nafta, producían una luz igual a la del cielo.”

John Milton
Libro primero de El Paraíso Perdido (1671)



............................................ Miguel

Ilustraciones:

1. Pieter Bruegel, La caída de los ángeles rebeldes -1562
2. Hieronyus Bosch (El Bosco) del Tríptico El Jardín de las delicias, "Infierno"- 1506







Ensayismo


Hoy es el ensayo y sus circunstancias. Este género tiene muchas postulaciones acerca de sus orígenes, definición y causas, por eso a fuerza de ser sintético, diré que todo ensayo es la habilidad de conjeturar sobre algún tema, con mayor o menor felicidad claro está, según la pericia de quien lo haga, la calidad de las opiniones y la belleza con que estén expuestas.
He charlado aisladamente sobre este tema con algunos amigos, compadres de escritura e imaginación, y la médula de mi indagación, insatisfecha por cierto, está centrada en esto: cómo es posible que algo conjetural, un ensayo, pase a formar parte de lo considerado válido, pase a tomarse como conocimiento, como saber respecto a algo, ya que justamente al entrar en esa categoría perdería su valor de intento, de ensayo.
En literatura lo explicaría de esta manera: alguien escribe un ensayo, un texto con opiniones fundamentadas sobre alguna obra literaria consagrada. Pongamos por caso Juan Moreira. Es así que alguien escribe sobre ese texto, y dice por ejemplo que Moreira es la representación cabal del desamparo y la injusticia social que se vivía en la Argentina de esa época. Ese escrito, motivado por la novela, y esa hipótesis fundamentada pero no por ello científica ni con explícitas pretensiones de verdad, se pliega a la obra que le dio origen. Ofrece una lectura posible. Pero la historia no termina allí.
Con el paso del tiempo, ese ensayo sobre el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez es tomado como anexo del propio texto, es considerado en los programas de literatura y no se lo ignora en las facultades de letras. Entonces, ese escrito primero, salido de la pluma del autor/ensayista como una intuición curiosa, se convierte en saber, en algo que no puede obviarse al momento de hablar de la obra de Moreira. Entonces pregunto: ¿qué verdad científica existe en el ensayo, literario en este caso? ¿Qué hace que esa conjetura eche luz y veracidad sobre algo que no lo tenía en sí mismo o que no lo reclamaba? ¿Cómo repercutiría en la cadena de lecturas sobre una obra esas hipótesis que, a fuerza de ser bien escritas y presentadas, y de autores que tienen consideración en la esfera literaria, se transmutan en un saber emanado por la propia obra literaria?
El ensayo como pretensión de verdad. El origen de esa exposición. Y no hablo de Nietzsche, ya que él exponía su verdad sobre las parcialidades infinitas y el perspectivismo absoluto denunciando justamente aquello que exponía. Sigo entonces. Un ensayo de George Steiner sobre El proceso, de Kafka, no sería un ensayo; sería un saber que los lectores y críticos del autor checo debemos leer, debemos conocer. Por lo tanto, al leer a Steiner, por ejemplo, recorremos su impulso primario, su hipótesis ensayística sobre Kafka y su ejecución en el texto. Y ahí no estamos en algo científico, en un saber, sino en su propia e individual intuición calculada, que caminó en la cabeza del ensayista y que nosotros recreamos, repasamos. Entonces, ¿dónde radicaría la certeza de esas opiniones que desde su inicio no tienen como meta ser tomadas como algo cierto? Preguntas abiertas, para que ensayemos respuestas. Quizás alguna peque de verdadera y se detenga. O se glorifique.


Nicolás Jozami



2 comentarios:

Marie.. dijo...

Qué bonito poema..
Nunca había pensado así a mi cama. Se me mezclan la envivia y la revelación.
Mi nombre es Mariela (amiga de Chopy) y he de volver por acá.
Besos

unotro dijo...

te agradezco mucho, Marie, no estoy acostumbrado a recibir este tipo de devoluciones. Me emociona. Miguel.