lunes, 19 de julio de 2010

ULTIMA SUBIDA

Atención: Hoy subimos nuevos textos. Buscar en enero: "Hola Miguel, te comento". El título: EPICA Y SENTIDO, por Nicolás Jozami, y los comentarios de Miguel de la Cruz. Esperamos sus opiniones para generar un diálogo más diverso, más amplio, entre escritores y lectores. Gracias.

domingo, 27 de junio de 2010

Presentación del libro "La Quimera", de Nicolás Jozami, en Santa Rosa, La Pampa


A sala llena, el 28 de mayo se presentó La Quimera, de Nicolás Jozami, en el Centro Municipal de Cultura de Santa Rosa, La Pampa. El evento estuvo organizado por la editorial cordobesa Ciprés Ediciones. Fue una presentación breve y amena que estuvo a cargo de Miguel de la Cruz y el propio autor. En una de las galerías del Centro Muncipal se exhibió una muestra de fotos de Ariel Lell y Rubén Jozami que ilustran distintos pasajes del libro.












Nicolás autografiando sus libros












Una de las fotos exhibidas por Rubén Jozami

Una de las fotos exhibidas de Ariel Lell

Palabras de una de los asistentes a la Presentación, María Julia Fernández

El ejercicio de la tolerancia
fruto de la verdadera grandeza humana,
salvó el cambio de la palabra autorizada por el autor;
dándonos a nosotros los lectores de La Quimera la posibilidad de volver a releer una vez más, de manera corrida el último párrafo de la obra, pero esta vez con la mirada vivificada por la experiencia enriquecedora de haberlos escuchado y visto dando cátedra de tolerancia cultural.
Cuando en el final apareció precisamente ésta cita – una de mis preferidas – y no otra, sentí que un viento fresco estaba entrando en la sala, llenándola por completo; se hizo silencio para escuchar, y como ustedes saben el silencio, es el mejor homenaje de respeto que se le puede brindar a un escritor durante la lectura de su obra.
Por mi parte, creo y le agradezco a la literatura la posibilidad que nos da a los seres humanos de encontrar esa pieza clave para el sentido de nuestro rompecabezas, la necesidad que tenemos de escuchar y ser escuchados por otro ser humano.
Creo y agradezco a la literatura la posibilidad de crear ese espacio nuevo para la pieza que aún nos falta y que nos obliga a seguir buscando.
Con afecto, María Julia.

viernes, 29 de enero de 2010

Presentación

SOBRE COMO LEER NUESTRO BLOG:

Como lo principal de este blog es el diálogo entre dos escritores, sugerimos buscar en las entradas del mes de enero donde aparece: "Hola, Miguel te comento..." y "Hola, Nicolás te comento..." También se pueden leer los textos de cada escritor: "Textos Nicolás" y "Textos Miguel". Es la forma más rápida de leer nuestro blog. La última publicación, corresponde a "Huevos emboscados", de Miguel de la Cruz, y debajo, el comentario de Nicolás Jozami sobre dicho texto, subido el día 6 de junio. Pueden dejar sus comentarios. Gracias.

De cómo nacimos a este diálogo

Durante años deseé el invierno. Los veranos en Santa Rosa son alarmas que se disparan por fallas humanas, sirenas que anuncian accidentes y persecuciones. Todas las estaciones me vienen bien, el clima nunca ha sido mi problema, las necesito cuando llega el momento. Sólo que en verano todo el aturdimiento sale a la calle. En invierno es más fácil volverse sobre sí, los ruidos se ablandan, el espacio deprime las voces, y la melancolía se confunde con la sobriedad.
Las relaciones contenidas han sido mi prueba, siempre hablando a medias, lo que me hizo escribir: “No estoy acostumbrado a vivir entre gente que al hablar se encante. Aquí todo tengo que imaginarlo…”
Este verano leí “La Quimera”, de Nicolás Jozami. Le mandé un mail. Vino a casa. Conversamos sin esmero, con la plenitud de los que admiran al detalle la relación entre las cosas, los tonos de un texto. La ciudad se agrandó hasta perderse. Lo observé con qué atención leía, escuchaba y me ayudaba a sostener un tema. Creo que lo estaba esperando desde que me acuerdo. Tenía un escritor delante dispuesto a pensar en la obra del otro como en la propia. Así nacimos.
...........................................................................................................................Miguel


La invasión deseada

Las reconciliaciones tienen, como casi todas las cosas de este mundo, un costado insospechado, un lugar o un resto diáfano, sorpresivo, que renueva nuestras percepciones cada vez, tornándolas un precario y absoluto balbuceo primordial. Pero cuando decimos reconciliación, quizás pensamos en lo separado y vuelto a unir, o aquello que estaba perdido y que se vuelve a encontrar. No es este el caso. Aquí hablaré de la reconciliación como encuentro primario que resignifica lo vivido hasta entonces.

Eso es lo que me sucedió con Miguel de la Cruz. Un visitador de la armonía, una usina de inquietudes que sacraliza lo que construye e imagina. Pueden pensar, sí, que nos tiramos flores, o que yo le tiro flores, pero en verdad lo que quiero hacer es comentarles a todos ustedes que más que tirarnos las flores, lo que nuestro encuentro causó fue la intensa sensación de que la semilla de esas flores que ustedes creerán que nos tiramos estaba siendo sembrada en el árido verano pampeano, en la por momentos abúlica ciudad de Santa Rosa.

Descartaré y condensaré varias notas de las charlas, ya que lo que interesa acá es mostrarles a ustedes que el afán por una pasión compartida siempre tiene algo de compromiso utópico y no exento de gracia. Pensemos un segundo en Bouvard y Pécuchet, con sus inolvidables proyectos.

El título de esta entrada remite a un aspecto risueño. Con Miguel nos contactamos a partir de un libro mío, que el leyó con gran detenimiento y cuya crítica descubrió hasta los huesos de mis obsesiones y lecturas. Desde ese momento, nuestros encuentros fueron invasivos, cancerígenos diría, tratando de asaltarnos y ocupar todo el presente y el pasado del compadre; correspondiéndonos en cada frase, en cada discusión, en cada proyecto. Y de allí el nombre de este blog: “unOtro: escritores en diálogo”. La reconciliación fue para mí adentrarme por primera vez en mi ciudad como nunca la pude recorrer. Miguel me facilitó mapas deleitables, plausibles de ser leídos a medida que pasa el tiempo.

Finalmente, el puente fue atravesado por ambos, y en los extremos, luego de encontranos nuevamente solos decidimos, a la distancia, entre otras cosas, lanzar este blog; comunicarnos y entablar relación con otros escritores, de La Pampa y de otras latitudes. No hay mucho más que decir, al menos desde mí; la semilla de esas flores germinará con todos ustedes. Bienvenidos a unOtro.

..........................................................................................................................Nicolás





Hola, Nicolás, te comento:



Los versos al final de cada parte de este comentario, podrían ser epígrafes que los encabezaran, si no fuera porque aparecieron mientras iba escribiéndolos. Por ellos el texto fue dividido en tres números. Puede leérselo como Huevo 1, Huevo 2 y Huevo 3; a no ser que suene más sugestivo leerlos como Emboscados 1, 2 y 3. El título lo dice todo, ya vas a ver por qué.



HUEVOS EMBOSCADOS

1.


Pienso armarme una pequeña biblioteca con autores que me sean imprescindibles y disponer de ellos a primera vista. Pienso pero no me animo. Me falta tanta lectura, que mejor espero –es lo que en el fondo estoy pensando-, a ver si terminan también por aburrirme los que creía intocables.
La sobreabundancia de títulos en las librerías tanto puede neutralizar la elección de un autor en particular, como ayudar a decidirte por uno ante la dispersión que produce la mega oferta. A veces uno se recarga de autores por un afán de acaparador consumista disfrazado de ávido intelectual que se preocupa por estar con los títulos al día. Quedan ahí, se los va postergando, o porque se los empieza a leer y desilusionan un poco, o porque al demorarnos en leerlos nos parece que así se prolonga la compulsión que nos llevó a comprarlos. Esos libros son presencias cerradas. ¿Están destinados a ser leídos por otros? ¿Habrá que donarlos al bien común? Por lo pronto, siguen ahí, bajo la sospecha de que en una biblioteca pública no correrían mejor suerte, igual seguirían ahí, no sólo en un anaquel sino expuestos a la indiferencia de los que barren la sala, de los que se sientan a leer el diario y de los que piden un televisor para acortar las horas de espera. Se me ocurre que debe haber más libros sin lectores que libros leídos.
Hace años fui a una biblioteca de Villa Mirasol, un pueblo perdido en un cruce de la pampa, y descubro un libro de un poeta que he olvidado pero que me sumergió en sus tonos de poemas breves, existenciales y de una claridad fulminante. Es posible que ningún otro lo haya leído en ese lugar y siga ahí como lo dejé, esa tarde en que ni siquiera me senté, manteniéndome de pie junto al estante de donde lo había sacado, leyéndolo. Para colmo de bienes, llovía, lo que me purificaba de cualquier obviedad, realzando esos momentos junto a esa biblioteca vidriada en un mueble lustroso de escuela enciclopedista, bien entrado en la intimidad del libro, oyendo la lluvia involucrada en el rumor de los poemas. Todo lo que venía de afuera era un tiempo con mucho menos hombres y más árboles y la lluvia descolgándose de entre las ramas como un soplo de viento en una fuente inagotable. Creo que esa atmósfera me hizo olvidar el nombre del poeta y acaso fue también la vanidad de creer que ese ejemplar sólo sería leído por mí. Esa tarde yo estaba en una especie de mito, es decir en ningún lado, y bien podría sentirme uno con el Poema para S., de Héctor Vignatti, un pampeano que se fue a Barcelona, hace de esto cerca de treinta años:




Me gusta, cuando llueve,
perderme en las bibliotecas
(santuario de los hombres
que pretenden no ser Nada)
y buscar, azorado,
la metáfora increíble
que pueda resumirte
en dos
o tres
palabras.



2.

Al fondo del patio de mi suegra Graciela, está lo que yo llamo la Casita de la Parra Loca, dos piezas en ángulo cubiertas de enredaderas que se usan para guardar herramientas, mercaderías y algunos libros en un estante. Cuando entro a revolverla, suelta un aire a ermita sensual de un ex convento, qué refugio para hurgar olores picantes y húmedos, el reposo de las herramientas después de usarlas durante una jornada, como observó Neruda, la paz de salsas y dulces envasados y los clavos de una y tres pulgadas mezclados en un frasco, los rollos de alambre con sus colgajos de cables y tiras de trapo para amarrar tutores a las plantas pesadas de flores y de frutos. Qué regusto a Proust, pero no por el instante en que el narrador embebe en té la magdalena reminiscente que le hace acordar a su tía Leoncia, sino en lo de la madre de ésta, en esas habitaciones de provincia donde transcurre “toda una vida secreta, invisible, superabundante y moral que la atmósfera mantiene allí en suspenso; olores naturales todavía, ciertamente, y colorido del entorno, como los de la campiña vecina, pero ya caseros, humanos y concentrados, jalea exquisita, industriosa y límpida de todas las frutas del año que han pasado del huerto al armario”.
Después de entrar muchas veces y de ver el estante con libros, un día removí uno, verde, de un encuadernado firme y cosido. Ahí estaba: Teresa, de Rosa Chacel, una novela que tiene una larga Advertencia que empieza así: “Se diría que, tratándose de una novela, no es necesario advertir nada, porque una novela tiende, ante todo, a eso que parece tan trivial: gustar. Pero gustar no es cosa tan trivial como parece, y, a veces, no resulta fácil que gusten ciertas cosas a quienes no están advertidos. Sobre todo cuando lo que se ofrece no es fruta del tiempo.” Más adelante advierte que tomó el Canto a Teresa, de José de Espronceda, como guión para su novela, basándose “en un artículo de Fernández Solís, aparecido en La Ilustración Artística, de Barcelona, en el que cuenta una anécdota de la vida de Espronceda en el exilio. En París, en el otoño de 1830, Espronceda y dos amigos suyos, al volver a su hotel, a las altas horas de la noche, ven en el pasillo, a la puerta de uno de los cuartos, un par de botas y un par de zapatitos de mujer tan pequeños que, naturalmente, les inspiran conjeturas –sostenidas por Espronceda acaloradamente- sobre la nacionalidad de su propietaria, que no puede ser más que española”. Esta conclusión le repugnó a Rosa Chacel y a la vez la estimuló a comenzar la novela desde el cuarto de Teresa. Sensorial a lo Proust, libro envuelto en vapores, aunque de frase más cortas y con un dramatismo más frontal que se acerca a una reivindicación de género, a partir de ahí va a desplegar una vida tortuosa hacia atrás y hacia delante, entre recuerdos que buscan la evasión, en un laberinto de amores y rechazos, y que por el ensueño también recuperan tiempos perdidos, un arrinconamiento junto al fuego de un hogar provisorio, en una tristeza sumida entre lo pobre y lo desterrado. Como en una caja dentro de otra, me vi dentro de la pieza del fondo, leyendo el libro que encerraba un cuarto de hotel y adentro la personalidad de una joven mujer llamada Teresa Mancha y definida por tres versos de su amante, el poeta:

Espíritu indomable, alma violenta,
en ti, mezquina sociedad, lanzada
a romper tus barreras, turbulenta.

3.

Neruda ha exaltado la vitalidad de la realidad inmediata en oposición al encierro libresco. Tiene ese verso: “Libro, cuando te cierro abro la vida”. Era otro tiempo cuando lo escribió, alguna autenticidad quedaba entre la gente, la naturaleza podía ser contemplada, con menos interferencias que en la aldea global y con más capacidad de asombro -lo que hoy se llama ingenuidad- para quedarse extasiado tras leer un par de odas en donde a las tijeras se las comparaba con un pájaro de las peluquerías y a la manzana con el queso de la vegetación. Hoy cuando se abre un libro, y nos gusta, salimos de la Matrix. (Si renacieras, Pablo, verías qué fea está la gente, más muerta que viva, y que los libros siguen siendo refugios de los solitarios que huimos de los aturdimientos como de la peste. Volverías a ser un solitario).
Claro, a Neruda no le convencía que un poeta publicara para otro poeta, había que buscar al lector lejano, recuperar la plaza pública, cada libro debía ir de mano en mano por la calles como el pan. Lo sabía por experiencia: “Como poeta activo combatí mi propio ensimismamiento. Por eso el debate entre lo real y lo subjetivo se decidió dentro de mi propio ser.” Hay épocas propensas a la poesía y otras no; no sé si en la democratización de la cultura estará contemplada la sensibilidad poética que viene con cada persona, ni tampoco si la enseñanza de la poesía es posible y si en la actualidad su falta de aprecio responde al tiempo acelerado con que el común mide la vida, o es que siempre fue así y no nos queremos acordar. El argumento de por qué la poesía no se lee, es porque su lenguaje es hermético. De Benedetti, el más leído entre los nuestros, se dirá que a su poesía sí se la aprecia porque es sencilla y se corresponde con los sentimientos mayoritarios de la gente. Tal vez; y no está mal. Pero a Benedetti le gustaba Vallejo, poeta nada fácil de leer, y hasta le dedicó un ensayo en el que analiza su poesía a la par de la de Neruda. O sea que también los sencillos leen a difíciles, de lo que se deduce que hay que leer de todo. Se decía que durante la dictadura (que seguimos llamando kafkianamente “El proceso”) prevaleció una poesía hermética como una forma de sortear la censura militar. Más que una estrategia, pareciera que determinadas épocas recrean su atmósfera en los creadores. Un país encerrado es como una cárcel que imposibilita la visión. Ya de por sí la poesía tiene una predisposición esquiva a mostrarlo todo de una vez. Es el encubrimiento del que habló Robert Graves tomando como ejemplo al ave fría en la poesía galesa que canta en un lado y tiene los huevos en otro, para disimular, como hace el tero en nuestra pampa.
Después de todo, huevos, embriones, óvulos y espermatozoides requieren de una vida oculta para desarrollarse.
Entre los autores que formarían mi biblioteca ideal, está Horacio Pilar, que me inspiró el título de esta nota, por un verso de su poema “Hay”, verbo que indica cantidad pero que en este caso concentra la unidad misma del poema, latente de paradojas y ambivalencias, como todo lo dicho hasta aquí.



Hay

En el centro hay un huevo,
No totalmente frágil,
Ni lleno,
Ni fértil.
No es frío aunque liso,
Un huevo en su palma,
Cielo en pluma de tierra,
Vuelo entre paréntesis.
Clueco de ambigüedad,
Huérfano de rectas,
Tripudo de sentido,
Ciego,
Colmado en su oriente,
Exacto,
Ambidiestro.

En el centro de todo poema,
Hay, emboscado,
Un huevo.


Horacio del Pilar
Poesía completa
ATUEL/Poesía, 2000

Ilustración: Rafael Cidoncha


.......................................................................................................................................-Miguel




Miguel, ensayo una respuesta, o mejor es decir una visión sobre lo que me comentaste





Es cierto que aterra la cantidad de material que se publica y que está a disposición. A mí, a esto de la imposibilidad cierta de leerlo todo, aún de concluir por leer lo que nos interesa, me gusta pensarlo como una especie de terror fáustico, donde la sensación de vacío crece a medida que debemos ir descartando o, para hacerlo más intelectual, “postergando”, ciertas lecturas, ciertos autores, ciertas tendencias. Y entonces, a veces, nos volvemos lectores de solapas, críticos improvisados, donde no existen correspondencias, afinidades o desacuerdos viscerales, porque la voracidad del vértigo nos consume, y consuma en nosotros una especie de insatisfacción ambiciosa, continua, por lo ligera y desproporcionada.
A veces pienso que una de las cosas que esta época posmoderna y viciada nos ha dado es justamente la posibilidad de comprender como seres humanos “nuestra exacta medida en este mundo”, pese a que la publicidad total ha infundido hasta en el placer de la creación, día, hora y recambio.
Por eso noto en esos huevos que escribiste, aparte de una exposición nítida y consumada, un retenerse en el agrado de una sensación, un afán por olvidarnos que somos visitantes pasajeros de cada información, y emboscar al sentido común impuesto para acorralarlo, y para que podamos ser fielmente huéspedes inquietantes y asombrados por la naturaleza de la tarea que nos propone cada instante de este sitio llamado mundo.
Y tras eso quisiera recordar apenas, entrever, el argumento o lo que quedó en mí del argumento de la novela corta Los adioses, de Juan Carlos Onetti, ese pesimista existencial, ese tipo amargo por querer más, y por conocer la justicia del alma humana, que se siente derrotada cuando sabe que se agotan sus augurios.
Un enfermo, su pasado, y una historia con dos mujeres epistolares son el desvelo y la intriga de la gente, en especial del mesonero dueño de la tienda de pueblo, a quien Onetti toma como voz para narrar este texto. Y volvemos a tu escrito Miguel: la impresión, la fascinación –ingenuidad se diría hoy- es lo que nos ata o nos permite relacionarnos mejor con este mundo, y con los objetos y personas que lo habitan. El narrador personaje de Los adioses pretende una historia propia, se construye con ella y adentro de ella, en la mirada y perspectiva de ese hombre enfermo que llega al pueblo para curar su dolencia. No cabe la posibilidad de pensar en que las acciones de los personajes que observan y deducen la vida del extraño sean una intromisión, una mera curiosidad chusma de programa de tv con rating, sino que son la base de su propia vida desgastada, su anhelo de historias que los completen y contemplen. Eso es uno de los grandísimos aciertos en este libro de Onetti, de su prosa porosa, a veces cloqueante, donde los sordos del mundo quieren oír las campanas que sólo suenan cuando ellos dejan de gritar. Recomiendo entonces Los Adioses.
Emboscados los huevos Miguel. Cuidada la poesía. Pensar con las rodillas, que podría ser caro a Oliverio Girondo como a Neruda o a Eluard. Búsqueda propia de esa historia que nos mantenga vivos, que nos convierta en detenimiento absorto. O el ocaso veloz nos dejará sin fragmentos para que podamos hacer de la vida de los demás nuestra visita generosa y comprensiva.


...................................................................................................................................Nicolás Jozami




Recordarás que de entrada coincidimos en que toda literatura es poética. Y que alguna viene de otros libros, también. Así como otra viene de percepciones reveladoras que a veces coinciden con lo que ya ha sido escrito. Yendo a vos, me parece que sin los libros de por medio, los argumentos de tus cuentos tendrían un mínimo de acciones dentro del espacio cerrado en que se mueven los protagonistas. Los libros, como los sueños, alteran el devenir, y recombinan las imágenes contenidas en distintas literaturas que conforman una memoria universal hecha de citas y metáforas; y los sueños se hacen sentir en tu libro bajo un clima inestable, esquivo, de superposiciones densas o etéreas dadas por una imprecisión de pesadilla o por una rúbrica de textos antiguos que recortan el relato. Algunos personajes se llaman Moisés, Abraham o Isaac, como en la tradición bíblica, una religión del Libro, justamente. El narrador se mimetiza con la atmósfera, cobra los rasgos de las formas que describe. Voy a esto: Si para Elias Canetti la metamorfosis es la condición del escritor para asimilar cualquier ser, aun el más ínfimo, y vivirlo desde adentro, hacer propia la experiencia ajena, “La Quimera” cumple con ese proceso desde el principio al fin, fundamentalmente a partir del animal mítico que le da el nombre al libro, ya que quimera es, como se ha dicho, un monstruo hecho de partes animalescas, un híbrido, una proyección a lo imposible. Y el anillo de tu cuento, que contiene la figura mítica, es metamorfoseado por el pensamiento y la escritura en su misma materialidad y significado, bajo la visión hermética de que en la parte está el todo, como en un holograma. Un organismo laberíntico, bordeado de floraciones ácidas y libros enclaustrados en nichos y anaqueles ciegos, va conformando una morfología quimérica. Tu escritura tantea en el caos una evasión que se resume en una frase de “La obra y mi amigo”: “El no buscaba un mundo verdadero, pero sabía que se encontraba en uno erróneo”. Pero, además, un cuento como “Disposición” deja entrever que la dispersión puede estructurarse o ser un juego de humor manierista como en “Los traductores”. Hasta el caos tiene su forma de recombinarse.
La muerte está trabajando todo el tiempo en el relato, teñido vagamente de presente por una temporalidad cercana al mito, aunque concebida desde un cierto distanciamiento propio del policial y la fantástica, como en el primer cuento, en que dentro de un Atlas la foto de un cadáver encarna la morbosidad posesiva de una mujer que conserva a su amante en su última imagen residual.
Bibliotecario al igual que Borges –como ya te dije en un correo-, construís fábulas bien calculadas que reflejan algo de simulacro o copia infiel de los hechos. Le Clezió dice que los argentinos andamos con un espejo deformante, tendemos a sobreactuar la experiencia; y según esta apreciación, Borges sería uno de los nuestros, tal vez el principal. Te has mirado en su espejo que refleja al de Kafka que pareciera reflejar al de Gogol que indirectamente refleja a Poe y Baudelaire.
Cuentos de aliento intenso, para leerlos de una vez y saciar la ansiedad, su breve resolución no impide que se produzcan digresiones, aunque más que bifurcar y expandir el argumento abren un marco, una toma difusa y a la vez reconcentrada en medio de una situación, como cuando en “Las fotografías” la narradora está de espaldas a su amiga Laura en el comedor, mientras ella prepara café, y de pronto corre las cortinas de una ventana para ver la llovizna “que parecía querer decirme algo. Vi por el vidrio el reflejo de mi amiga, que sostenía una taza caliente con ambas manos, esperando que la tomase.”
Son proyecciones que traen rebotes, un eco que al oírlo produce un suspenso como quien levanta la vista de un libro para impregnarse de lo que acaba de leer y seguir el sentido más allá de las páginas.

............................................................................................................................Miguel

FOTO: "Miguel, entreviento y mar" (Tilo - 2005-


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La Quimera


-“El metafísico:es mucha enredada fantasmagoría de personajes, lector, autor. Y no es que finjan enredarse; no saben qué son. Esto se resuelve todo así: son todos reales; cualquier imagen en una mente es realidad; vive; el mundo, la realidad es toda mera imagen de una mente. Lo que no es imagen es la Afección: placer, dolor. El existir no es pre-deseable; en el pre-deseo de ser ya hay ser; lo que no hay es el comenzar, el no haber sido, en el cual situaríamos el deseo de ser”.

............................................ ..Museo de la Novela de la Eterna.


..............................................Macedonio Fernández. Capítulo X.

Era una noche fresca de otoño con luna refulgente. Estaba en la habitación del departamento, en Córdoba, escribiéndole una carta a un amigo que suele detenerse como yo en los goces y en las desventuras de la lectura y la escritura.
1
Antes de comenzar a redactar, había leído una antología de poesía y prosa alemana (me conmoví con algunos versos e imágenes de Hölderlin y con un relato fundacional de Von Hofmannsthal) que estaba con su lomo hacia abajo, descansando en el extremo superior izquierdo del escritorio. Lo acompañaba un libro sereno (e inverosímil por el tesón desmedido del viejo Santiago para sacar el enorme pez) de Hemingway, sobre el que apoyaba la pava del mate junto a una Biblia, obsequio de mi madre antes de mi llegada a esta ciudad para desarrollar mis estudios.
Solo en mi habitación, desmenuzaba mentalmente con paciencia algunos avatares y los escribía para hacerle llegar a mi amigo algo de mi existencia. Una de las cortinas se ondulaba reiteradamente simulando vientres hinchados, debido a la brisa que entraba por la ventana.
Había llenado la tercera página cuando decidí soltar la lapicera un momento. Corrí la silla unos centímetros hacia atrás apoyándome en el respaldar, me aferré de las hojas y comencé a releer, ya que cuando uno escribe, lee, en forma circuncisa e interrumpida, pero lee.
A las veinte líneas respiré profundamente, cebé un mate y lo sorbí de un tirón. Repasé los temas de la carta: mi incredulidad respecto al argumento ontológico de San Anselmo, que Rodrigo conocía muy bien; mi temporario trabajo en un diario cordobés; mi posición respecto al desenlace de un escrito de Henry James; la idea de escribir algo juntos sobre el mito del precoz Rimbaud, y algunas vivencias con mujeres, de las que muchos hablan pero pocos conocen.
Algunos pasajes me acercaron mucho a mi amigo, y resolví leer la carta otra vez, como forma de recrear un fugaz encuentro. Tomé el último mate mientras que, a modo de fútil movimiento, extendí mi brazo izquierdo por sobre la silla en dirección a la ventana, deslicé con el pulgar el anillo de plata de mi anular hasta sacarlo, y lo puse en el inicio del mismo dedo pero de la mano derecha. El pequeño objeto tenía grabado unos nudos que dividían reiteradamente la figura de un animal mitológico. Dándole vueltas en el dedo, el anillo parecía la víctima de un verdugo que se mofaba de su poder y capacidad de subordinación.
Mientras leía, jugaba con el anillo. Hacía piruetas que se repetían pero siempre parecían diferentes. Y aunque recordaba varias ideas que teníamos con Rodrigo y que pensábamos ejecutar, mi mente se detuvo en una, que a su vez se bifurca: la de que cada objeto que conforma el universo posee partículas de todos, y por inferencia, la de que cada cosa es capaz de convertirse en lo que queremos. Sencillamente lo que hace la imaginación, me dije enseguida, sacándole solemnidad a la hipótesis. Uniendo las dos ideas buscábamos con mi amigo ejemplos de ello, pero llegábamos a la conclusión de que eso no sucedía debido a la pereza con que nuestra precaria conciencia se ha concebido y educado. Dedujimos que estos casos sólo se daban en “actos inconscientes o preconscientes de alta fuerza”, de los que algunos han sido testigos. ¿Acaso Blake no había escrito ya en el siglo XVIII que las puertas de la percepción (los sentidos) nos ocultan el universo y que si pudiéramos cerrarlas, lo veríamos tal como es, infinito y eterno?
2 ¿No era acaso lema del surrealismo el fin de las oposiciones captadas por el espíritu? ¿No aparece ya en el primer monólogo fáustico de Goethe la frase “todo se entreteje en el todo y que lo uno obra y vive en lo otro”?
Todo objeto tiene partículas de todos los elementos del universo, pudiendo entonces cada uno mutar en su composición. Esta idea negaba las leyes físicas (y las otras), a las que admitíamos como convenciones engañosas que guiaban nuestro pensar. Íbamos más allá de lo propuesto por el griego Anaxágoras, que, si bien no aceptaba que un elemento pudiera convertirse en todo lo existente en la naturaleza (eso sí creía Empédocles a partir de los cuatro elementos, Tierra, Agua, Aire y Fuego, y los dos principios dinámicos Amor-Discordia que componen el universo y que nuestros ojos perciben mezclados en cada mirar), planteaba que todo objeto posee elementos de la totalidad de lo existente, y que cada parte contiene el todo. De esta manera, en una cruz de metal, por ejemplo, coexisten todos los elementos posibles, y a su vez las mismas partículas están tanto en el centro como en su extremo. Recordé a Plotino, quien en sus Enéadas (V, 8, 4) declaró la extensión total del principio de identidad: “Todo, en el cielo inteligible, está en todas partes, cualquier cosa es todas las cosas. El sol es todas las estrellas y cada estrella es todas las estrellas y el sol”.
Esas ideas vinieron a mi mente luego de leer el cuarto párrafo de la segunda página de la carta cuando percibí que el anillo, que bailaba en la punta de mi dedo, se desprendía como un trozo de mármol de un balcón, o como un frágil cristal de excesivo valor e incalculable belleza. El anillo sonó al caer y oí, en una aguda melodía, la desintegración de su unidad en cientos de minúsculos pedazos. Solté las hojas de la inconclusa carta y volví mi cabeza al suelo. Deformados e incoherentes trocitos plateados quedaron dispersos por toda la habitación. Parecían piezas de un gran rompecabezas color gris. Había decidido imaginar que el anillo fuese de cristal a fin de sostenerlo en mi mano y tratar de que no se cayera mientras leía la carta. Era una idea lúdica y piadosa, como para que mi conciencia estuviera atenta a las dos situaciones (la lectura de la carta y el equilibrio del anillo). Si hubiese fabulado que el anillo no se rompería al caer (como debió ser), no hubiera maniobrado esa idea de rotarlo en la punta del dedo. Al momento de su caída, le estaba otorgando atributos del cristal, y por ello se hizo añicos contra el suelo (que si por otra parte hubiera imaginado como una ancha alfombra nada le hubiera ocurrido al objeto, que estaba siendo de cristal en ese instante).
Allí, solo en mi habitación, fui espectador privilegiado de aquel acontecimiento. Los trozos del anillo efectivamente volvieron a ser de plata, pero en el instante que medió entre que se desprendió de mi dedo y estalló contra el piso fueron, formando el objeto, de delgado cristal. Quise creer que cada cosa es potencial arcilla; sólo bastaba con que el denominado acto aristotélico (una especie de alquimia mental) lo hiciera posible.
Antes de recoger los pedazos del anillo que ya he tirado, decidí anexar a la carta que envié a mi amigo este hecho que he relatado, haciéndolo partícipe también a él de lo que me sucedió. En la carta lo mencioné como El incidente del anillo o la Puerta a la Verdad.




1 Ese amigo del que soy benefactor y prodigador de sus ideas es Rodrigo Muñoz.

2 Recordé el proverbio de Blake: “Ningún pájaro se eleva demasiado alto, si vuela con sus propias alas”.


Extraído del libro La Quimera, de Nicolás Jozami. Editorial Ciprés, año 2009





Detalles




Un detalle puede desplazar un discurso de actualidad a una inmediatez que trasciende toda apariencia factible de ser confundida con una totalidad. Las cosas se realzan y el tiempo se manifiesta en la atención, entra en suspenso, deja de ser sucesivo y “brota”, como dice Bachelard del instante poético, pasa a ser tiempo vertical. Por eso, leer a Felisberto Hernández es encantarse con el ánimo de estas cosas; ámbitos y muebles sugieren actitudes que emanan de sus solas presencias como de las personas que están en silencio y hablan por sus gestos. Una metáfora o una comparación toman el sentido del relato y se vuelven personajes, acciones y hasta le insuflan una sobrio conflicto que llega a extenderse por varias páginas. En el inicio de “El caballo perdido”, la primera persona de Felisberto se mimetiza con una sala de música y en este caso su animismo cobra un realce erótico: “Primero se veía todo lo blanco; las fundas grandes del piano y del sofá y otras, más chicas, en los sillones y las sillas. Y debajo estaban todos los muebles; se sabían que eran negros porque al terminar las polleras se veían las patas. –Una vez que yo estaba solo en la sala le levanté la pollera a una silla; y supe que aunque toda la madera era negra el asiento era de un género verde y lustroso-.”




Kovadloff -como Pessoa, como Felisberto, como Michaux, como Mermet-, es otro que focaliza su escritura en situaciones donde se debaten por sí solos duda, absurdo y fugacidad; pero al ir repasando detalles nimios, briznas, el extrañamiento deviene comprensión inmediata y el poeta, un valeroso antihéroe que se pone a prueba con sus limitaciones y escollos. Sus poemas, ensayos y cuentos tienen en común ese poetizar filosófico que tan bien explica Rafael Felipe Oteriño en la contratapa del poemario “Ruinas de lo diáfano”: “Apasionada y reflexiva, la poesía de Santiago Kovadloff da cuenta de las sorpresas del día: el crepitar de unas hojas, el agua de una fuente, el vaivén de una brisa, ventanas entreabiertas y pasos decididos. Pero no busca explicarlas sino exponerlas en su misterio. Es que el filósofo, tanto como el poeta, han aprendido que, más allá de discernir, situarse, ordenar –son todas palabras suyas-, hay un horizonte en el que las personas y los hechos conviven sin dar razón al ojo que los mira”.
Toda la tapa de esta edición del Grupo Editor Latinoamericano ha sido cubierta –iba a decir envuelta, como el corte de un cristal de roca en anverso y reverso- por un fragmento de L’incendie du Parlement, de William Turner, quien -por haber sido un pintor de impresiones atmosféricas, de aguas y nubarrones encrespados, y resplandores abrumándose-, supo condensar el espacio referencial en estallidos de luz que desdibujan los contornos, con lo cual ilustra de entrada el título del libro, “Ruinas de lo diáfano”, como una expresión de lo efímero sobre la que ha meditado Kovadloff, más alabanciosa que negativamente. Así que este detalle de la obra no hace sino potenciar la cada vez más difuminada abstracción que caracteriza a la evolución estética de Turner y vale para reafirmar nuestra reflexión del principio, el contenido que le da el título a este libro y el poema que transcribimos.
Hace años, Kovadloff me dijo en Santa Rosa que su poesía era un hombre parado frente a una ventana. Del lado de adentro, claro –pensé entonces y pienso ahora en ese detalle-.

............................................................................................................................Miguel





VENUS




Demoras en Aeroparque.
Van para dos las horas de espera.
Tendida en tres bancos, ella duerme frente a mí.

La gorra negra que ahoga su pelo,

la blusa de ásperos colores consumidos,
auriculares forrados en felpa,
una mochila que desborda intimidades,
definen el mensaje:
no hay puente posible entre nosotros.

Pero el abismo se pliega de pronto
cuando llego a sus pies desnudos:
perfectos, quietos, de una antigua blancura
que desmiente la inscripción
de esta muchacha en el siglo;
una huella de eternidad que desata mis sueños.


Santiago Kovadloff
de “Ruinas de lo diáfano”
2009

Detalle de: "El nacimiento de Venus" de Sandro Botticelli

Hola, Miguel, te comento:

Tuve oportunidad de leerte y lo que quiero rescatar en esta primera entrada es, como te había adelantado personalmente, el sentido de revelación que existe en la construcción de tus textos, la aparición epifánica de sucesos que descubren un mundo conocido pero ilimitado. En tu imaginario hay una pretensión voraz diría por aprehender el recuerdo, la materia de aquello que recordamos y que recobramos para vivir el presente de una manera completa. Ejemplos de ello sobran en tus textos: una diversión de la infancia que revela un modo de vida, una reconciliación de pareja imaginada en objetos o prendas de vestir, una separación que inventa un inframundo para soportar el dolor de una decisión, un carnicero cuya picardía e inmoralidad está matizada con la nobleza de nuestros actos más sinceros, una expedición a un lugar en quietud e irreconocible, donde lo que no se puede conocer o comprender es visto como una admitida condena, con una extrañeza que azora al lector, como sucede con muchos textos de Kafka; hay también versos que dibujan objetos y elementos en una rueda armónica donde se resignifica lo cotidiano, lo aparentemente común.
En la aventura que es trepar por tus textos veo, como en casi todas las cosas de este orbe, algunas que son afinadas y agudas y otras que atrapan por el costado que repelen. En tu poema “La estación de los pies hinchados” hay una declaración de fidelidad a la esencialidad sensible y fugaz de las cosas de este mundo, en raptos orientales que son acordes al fin perseguido por la voz escondida detrás de tu poética: “me siento tan cerca de las cosas/que se caen de maduras. Y todo porque ellas/ se dejan caer y el silencio las respalda”. La mayoría de tus textos busca penetrar en la memoria de lo sucedido, del hecho narrado, del poema consumado; hay como halos que recubren a los poemas, como una especie de celofán sagrado que nosotros como lectores debemos sacar y correr para adentrarnos en esa epifanía de la que te hablaba al principio. Lo sagrado, sin una bandera religiosa preestablecida, nutre estas creaciones, sobre todo en tu libro “Es lo que no sé”. Allí los objetos de todos los días (recuerdo una cama, la de cada uno de nosotros, que parece mirarnos entre acongojada y triste para decirnos que nos necesita, que le rindamos reverencia por lo que compartimos) nos devuelven al centro de nuestra transitoriedad, como aquel papel de la calle del poema de William Carlos Williams, que mueve el viento y le hace hacer las más irreverentes cabriolas, hasta detenerlo y ponerlo a trabajar nuevamente.
En un poema muy logrado, “El cielo de cada día”, hay una visión y un reflejo de Rosa Luxemburgo diferente a la que creemos conocer, quizás una imagen edulcorada y que muestra (asume) otro costado del personaje. No hay una intencionalidad evidente Miguel de despojar méritos sino atribuir algo por lo cuál esa persona (una marxista revolucionaria asesinada en 1919 junto a su compañero por soldados alemanes) también podría ser reconocida. Un hecho mínimo pero grandioso que acompaña a la bien sabida trayectoria del personaje en cuestión. Transcribo: “No va a quedar en la Historia una mujer/ porque haya cultivado un jardín/en un cajoncito”. Sé que da para larguísimas e interesantes discusiones, pero lo que quiero rescatar es que la poesía permite ensamblar efectos, abrir cosmovisiones, delatar pormenores. Rosa Luxemburgo es lo que fue, y además “podría” ser reconocida por haber cultivado un jardín en un cajón, que cargaba con un amor apasionado. Prefiero creer Miguel que esto último no es en desmedro de su acción política, de su influencia viva, más allá de sus acciones o labores estrictamente personales; prefiero leer al jardincito como un detalle de la causa que Luxemburgo defendía.
Esto que escribí antes es lo que propone tu poesía y tu prosa, Miguel. Imprime a los textos una ahistoricidad que es tan virtuosa como pecaminosa, a mi entender. Es tanto un logro como una restricción. Pero en esa ahistoricidad está la posibilidad del hecho sagrado, del rescate de lo absoluto, de la negación de relatividades. La posibilidad de una pluralidad de lecturas es un logro de tu estilo (recuerdo un texto de tu libro “Guía de ausencia” que está lleno de papeles, ficheros, polvo, lobreguez, infinitud y hastío, tan kafkiano como impreciso en su contexto histórico, lo que permite ubicarlo en cualquier época y situación; eso es producto del trabajo del símbolo en tu literatura), y es necesario que muchos ojos y muchos corazones puedan recorrer tus páginas.
Un último párrafo quiero dedicarle a la vuelta de tuerca que hiciste en tu libro “El sendero sin bordes” con la heteronimia. Es un juego intelectual y vital de feliz impronta, que convierte al libro en un calidoscopio de voces y tonos, con capas y capas ficcionales. Escribís una confesión donde explicás que estás autorizado a reunir junto a tus textos los de otras tres personas con las cuáles mantuviste diálogos y conversaciones en una especie de taller-tertulia literario. Pero la heteronimia está estirada bellamente, ya que las otras personas que escriben junto a vos te pidieron encarecidamente que los publicaras con seudónimos. De esta manera, las otras personas, las otras voces siguen difuminadas, haciendo un contrapeso con tu voz y tus aparentemente textos propios, que se amparan en ese juego de escondrijos indentitarios para hacer refulgir la literatura, la epifanía de los poemas y breves relatos, descarnados, sacros, bellamente intensos.

...........................................................................................................................................................Nicolás FOTO: Rubén Jozami -2010-


COMO NOCHE Y DÍA

Todas las noches dejo sola a mi cama
como si trabajara de sereno
y volviera al otro día,
a hacerle la siesta.

La encuentro tan fría o tan caliente
bajo el techo amenazador,
que me culpo por las noches
que le hago pasar.

..........................Cama cerca del techo,
.........................¿dejada a esa altura por un sueño
..........................que tuve con ella?
¿Qué espera?
¿Que la ponga en tierra
como a las tablas de una tumba?
¿Que retome el sueño
que quedó entre los dos?





Preguntas por mirar un techo.





..............................¿A qué hora se despierta mi cama?
..............................¿Cuando vuelvo o me voy?

Mi cama es un suspenso
a la altura de un dios.
Día y noche coinciden en ella.
Es mi horizonte, el vapor del buey,
alba y ocaso de la vida es sueño.

Cama soñada por los que trashuman
diásporas a ras del mundo,
opia de pueblos,
camalota,
hay un momento de agua en toda cama;

mi cama toda,
qué fe me das cuando me estoy cansando,
harto de mí, pasado de otros.
Yo te ofrezco mi cuerpo
y me voy a dormir;

cama que me desprende de la carne,

cuidá mi ofrenda hasta que vuelva
y despierte tendido
como si siempre hubiera estado allí.
Da cuenta de mi alma,
que me he rendido.
Se noche para el día.


Miguel de la Cruz de "Es lo que no sé"




Épica y sentido (publicado el 19 de julio de 2010)


Épica, sí, épica en esta época. Detenernos sobre la posibilidad de momentos sin ningún tipo de añadido, es de esas preguntas de las que no sabemos si infringimos la respuesta cuando ésta se nos presenta. Y me remito a Milton por ejemplo, a esa obra capital que es el Paraíso perdido, y que posee una cualidad entre otras: a Milton lo escuchamos más que leerlo cuando lo leemos; las vicisitudes de esa batalla infernal por ocupar el espacio celestial exhalan una música que sella nuestros ojos. Los capítulos contienen diálogos, reflexiones, acciones, que más allá del tema, suministran la idea de que el poema exprime la ansiedad de una búsqueda, de vivir a costa de entregarse.
Pues bien Miguel, así es como este poema de Milton, que no es una apostilla o exégesis de ciertos capítulos bíblicos sino a la inversa diría yo, da cuenta de lo que escribí en la primera línea: vivir hoy de manera épica. No ser superhéroes de la caridad, ni donar nuestro tiempo solamente, sino apreciar la armonía de nuestros sentidos, de destapar las corazas para entender cuántos rellenos humanos son verdaderamente accesorios, prescindibles en ese esfuerzo titánico que es tornar epopeya el mundo que nos habita.
De ahí que exhorto a visitar aquellas cosas que nos han dado motivos para pensar en lo heroico que es simpatizar con nuestra plenitud. Yendo a lo concreto, pensemos la infinidad de cosas que podemos hacer en el tiempo que logramos dedicarnos, en la batalla colosal que es decidir qué hacer con ese tiempo y no entregarlo como un mercenario a propuestas que ni siquiera existían en nosotros. Pregunto, ¿dónde está nuestro fruto? ¿Por qué está prohibido? Lo que una persona puede sacar de sí, sin extensiones o aditamentos comerciales, es lo que mejor se transmite y puede compartirse. Milton, es este sentido, parece que escribiera como si se fuera quedando sin tinta, no sin qué decir.
Y esta épica moderna, que al parecer siempre se realiza siempre en los otros, tiene sus ejemplos: un aviso gráfico que vi no hace mucho en la calle, donde la publicidad muestra a una mujer recostada en un sillón con un libro abierto y los ojos perdidos; a su lado, un lavarropas trabaja con el jabón para lavar y cuyo envoltorio está sobre el suelo, arrugado pero brillante, donde resalta la marca. La pregunta que me surgía al ver este cartel era ¿esa mujer tiene pasado? ¿Cómo logró realmente llegar así a ese lugar tan placentero, vestida como para irse de fiesta, si hasta el libro parece que no tuviera peso en sus manos, y eso que es de tapa dura. La curiosidad, si nos detenemos un segundo está en saber si cada uno de nosotros pudiéramos llegar a ese lugar, en ese estado y, obvio, por decisión propia. He allí lo épico en nuestras vidas, en ese vivir con los sobresaltos que provienen de nosotros o que el mundo nos provoca al vivirlo, no en las bambalinas de lo impuesto.
En esta época, ese sentido en cada búsqueda no debe ser inmolado. Requiere un esfuerzo sobrehumano, de ángeles, o diablos, como los de Milton. Y Milton, que yo sepa, fue un ser humano.
Un cuento no muy conocido de Felisberto Hernández, promueve a mi entender una curiosidad casi policial de los sentidos, en las cosas y en nosotros. El texto se llama Menos Julia, y dejo una frase: “Ya he sentido otras veces el corazón como si me anduviera un rengo en el cuerpo”. Frase para coleccionar, pero más para ponerla a prueba. Sentir el corazón como si un rengo nos caminara adentro. He allí para mí la épica.

...........................................................Nicolás Jozami


Comentario de Miguel





Si tradicionalmente la épica suena más hablada que escrita y se inspira en hechos de un pasado histórico, mítico o fabulado, nuestra época, Nicolás, se narra con la voz de la simultaneidad, es una épica de pasado inmediato. Lo inestable, lo vago y a su vez tangible hasta el hiperrealismo, conforman un estado que hacen renguear a nuestro corazón, tomando lo que vos tan bien citás de Felisberto Hernández.
Para John Berger, esta simultaneidad actual está representada por el panel derecho del Jardín de las Delicias de El Bosco, que es la imagen del Infierno. Todo está en un mismo plano de abajo hacia arriba, sin profundidad ni proyección, lo que está faltando es futuro y como el presente nunca sobra, el deseo es reducido a noticias de la más manipulada contingencia.
La mujer publicitaria que viste, leyendo al lado del lavarropas, por lo que describís, carece de procedencia y, por supuesto, de épica existencial. Nuestro heroísmo acaso sea atravesar el mundo de la simulación que es el mundo de hoy y que viene desde hace bastante tiempo atrás (disculpá que me cite pero escribí estos versos hace bastante tiempo atrás: “Tanto se ha extendido el presente / que se adelantó al porvenir”).
Vamos incorporando de todo un poco y transformando lo que recibimos de la época, no recordamos lo pasó hace cien años sino lo que tenemos que hacer ya. Milton también incorporó mucho del latín a la lengua inglesa y de los párrafos bíblicos hasta transformarlos en unas volutas de catástrofes voluptuosas y en un “espacio de nuevos mundos”, y como estaba ciego les dictaba de noche los versos a sus hijas: así poetizó en voz alta, anticipándose a nuestra época enceguecida por sus imágenes; y ahora que me lo recordaste, me has traído un párrafo del Paraíso Perdido que no sé si su modernidad viene de su visión poética o es una licencia del traductor para actualizarlo, pero que reproduce de todas maneras ese caos temporal que es similar al nuestro, en donde se debate como vos decís nuestra épica y nuestro sentido, mientras nos guía el menos elevado de los espíritu, un Mammón que sigue removiendo riquezas de la tierra y creando con ellas el escenario de la simulación:


“De improviso, se elevó de la tierra como una exhalación un inmenso edificio a los dulces acordes de una grata música y de plácidas voces (…)
Aquella mole ascendente se detuvo en cuanto fijó su majestuosa altura, e inmediatamente las puertas, abriendo sus hojas de bronce, dejaron ver interiormente un anchuroso espacio, cuyo pavimento era nivelado y terso. Del arco de las bóvedas pendían con sutil magia muchas hileras de lámparas y brillantes fanales, que, alimentados con asfalto y nafta, producían una luz igual a la del cielo.”

John Milton
Libro primero de El Paraíso Perdido (1671)



............................................ Miguel

Ilustraciones:

1. Pieter Bruegel, La caída de los ángeles rebeldes -1562
2. Hieronyus Bosch (El Bosco) del Tríptico El Jardín de las delicias, "Infierno"- 1506







Ensayismo


Hoy es el ensayo y sus circunstancias. Este género tiene muchas postulaciones acerca de sus orígenes, definición y causas, por eso a fuerza de ser sintético, diré que todo ensayo es la habilidad de conjeturar sobre algún tema, con mayor o menor felicidad claro está, según la pericia de quien lo haga, la calidad de las opiniones y la belleza con que estén expuestas.
He charlado aisladamente sobre este tema con algunos amigos, compadres de escritura e imaginación, y la médula de mi indagación, insatisfecha por cierto, está centrada en esto: cómo es posible que algo conjetural, un ensayo, pase a formar parte de lo considerado válido, pase a tomarse como conocimiento, como saber respecto a algo, ya que justamente al entrar en esa categoría perdería su valor de intento, de ensayo.
En literatura lo explicaría de esta manera: alguien escribe un ensayo, un texto con opiniones fundamentadas sobre alguna obra literaria consagrada. Pongamos por caso Juan Moreira. Es así que alguien escribe sobre ese texto, y dice por ejemplo que Moreira es la representación cabal del desamparo y la injusticia social que se vivía en la Argentina de esa época. Ese escrito, motivado por la novela, y esa hipótesis fundamentada pero no por ello científica ni con explícitas pretensiones de verdad, se pliega a la obra que le dio origen. Ofrece una lectura posible. Pero la historia no termina allí.
Con el paso del tiempo, ese ensayo sobre el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez es tomado como anexo del propio texto, es considerado en los programas de literatura y no se lo ignora en las facultades de letras. Entonces, ese escrito primero, salido de la pluma del autor/ensayista como una intuición curiosa, se convierte en saber, en algo que no puede obviarse al momento de hablar de la obra de Moreira. Entonces pregunto: ¿qué verdad científica existe en el ensayo, literario en este caso? ¿Qué hace que esa conjetura eche luz y veracidad sobre algo que no lo tenía en sí mismo o que no lo reclamaba? ¿Cómo repercutiría en la cadena de lecturas sobre una obra esas hipótesis que, a fuerza de ser bien escritas y presentadas, y de autores que tienen consideración en la esfera literaria, se transmutan en un saber emanado por la propia obra literaria?
El ensayo como pretensión de verdad. El origen de esa exposición. Y no hablo de Nietzsche, ya que él exponía su verdad sobre las parcialidades infinitas y el perspectivismo absoluto denunciando justamente aquello que exponía. Sigo entonces. Un ensayo de George Steiner sobre El proceso, de Kafka, no sería un ensayo; sería un saber que los lectores y críticos del autor checo debemos leer, debemos conocer. Por lo tanto, al leer a Steiner, por ejemplo, recorremos su impulso primario, su hipótesis ensayística sobre Kafka y su ejecución en el texto. Y ahí no estamos en algo científico, en un saber, sino en su propia e individual intuición calculada, que caminó en la cabeza del ensayista y que nosotros recreamos, repasamos. Entonces, ¿dónde radicaría la certeza de esas opiniones que desde su inicio no tienen como meta ser tomadas como algo cierto? Preguntas abiertas, para que ensayemos respuestas. Quizás alguna peque de verdadera y se detenga. O se glorifique.


Nicolás Jozami



Textos Nicolás

El verdadero motivo

Podemos imaginarlo. Max está sentado a unos pasos del lecho, en el sanatorio. Están solos. Franz, cubierto hasta el mentón con una manta oscura. Ya han hablado de otras cosas. Y llegan al momento conocido. Se ensombrece la habitación. Max lo va a traicionar, para nuestra dicha; en verdad no lo traicionará, sino que hará de la traición un gesto kafkiano. Ya conocemos a Franz y sabemos que la vergüenza habría de sobrevivirlo si su amigo no cumplía con su designio.
En esa habitación, los dos, no hablaron de la obra de uno u otro, de la posteridad (de la obra, porque sí hablaron de la otra). Franz le pidió, sí, el favor, y Max lo cumplió. Para ocultar el terror de Franz, Max dio a conocer los escritos. Ya conocemos a Franz. Y lo que deseaba ocultar. Por eso digo que no hablaron del destino literario. Justamente, la obra de Franz dada a conocer por Max logró ocultarnos a todos su negado primogénito, e impidió felizmente que la vergüenza lo sobreviviera.


..........................................................Nicolás Jozami


Un poema de e. e. Cummings





puesto que sentir es lo primero
quien preste alguna atención
a la sintaxis de la cosas

nunca te besará del todo;

ser del todo un tonto
mientras la Primavera está en el mundo

mi sangre aprueba,

y los besos son un destino mejor
que la sabiduría
señora lo juro por todas las flores. No llores
- el mejor gesto de mi cerebro es menos
que el parpadeo de tus pestañas que dice

somos el uno para el otro: entonces
ríe, recostada entre mis brazos
porque la vida no es un párrafo

Y la muerte pienso no es ningún paréntesis



Comentario

Debe ser este uno de los pocos poemas en donde Cummings no retuerce la sintaxis ni la invade de descortesías, como suele hacerlo en casi toda su obra poética, usando a su antojo, aunque bellamente, los paréntesis, las comillas, los puntos, las minúsuclas y mayúsculas, los puntos y comas, los cortes abruptos de palabras, etc. En este breve poema parece querer mostrarnos una analogía entre la vida y las herramientas propias de la escritura; quizás quiere decirnos que no debemos ajustarnos ni doblegarnos ante los cánones del sentido, común ni de ningún otro, y que se puede lograr una comunión y comunicación entre dos personas, dos Verbos, dos entidades, a través del mensaje poético que muta y descorre sus vestiduras sintácticas pero no su primordial mensaje.
Nota: es difícil conseguir los poemas de Cummings, buenas traducciones de los poemas de Cummings. Invito a buscarlo y leerlo. Además de poesía, nos daremos cuenta que los signos y elementos con que escribimos diariamente, conforman una jungla literaria autónoma, de alcances inusitados.


..........................................................Nicolás Jozami


Glauce

VIII

El silencio es la violencia.

Pero más violencia es mezclar las palabras

confundirlas

trastocarlas

para que el silencio se vuelva error

y creamos que la paloma se transformará en dragón

y el que se alimenta con nuestra sangre es el cordero.

La trampa

La araña se descolgó por su

hilo de plata

mientras yo estaba desprevenida

hablando de los poetas Ming

de la guerra de guerrillas

y los satélites de Saturno.


En un principio jugué con la filigrana de su tejedura

como si hubiera sido el humo de mi cigarro.

Pero ella me inmovilizó las manos

las piernas

la garganta.

Me convirtió en su amante.

Ahora no sé que ocurriría si ella se cansara de su

juego

soltara mis amarras.




La bestia


Hay una bestia que grita en mis entrañas

y no sé si es la vida que dejé de vivir

o si es mi ángel de la guarda

aherrojado.




La vida

No es una espiral. Es un círculo.

Cerrado y perfecto.

Fundamentales problemas matemáticos

podrían resolverse con su diámetro

sus coronas

sus trapecios.

Llegaría a saberse si realmente existe vida

en Júpiter

se curaría el cáncer

se daría al zodíaco un lugar prominente.

Pero éste es mi círculo.

Cerrado y sin perspectivas.

Lo cuelgo en una cadena alrededor del cuello

Y me golpea acompasadamente el corazón.



Comentario

Glauce Baldovín es una gran poeta cordobesa. Nació en 1928 y murió en 1995. Glauce no juega. Su soledad infinita se palpa en cada verso; su mundo enigmático, emponzoñado, lleno de obsesiones, cuchillos y alfileres, es sin embargo de una extraña vitalidad. Parece que su grito, sus palabras, construyen instantáneas plenas de elementos que cobran fuerza en virtud de su capacidad de aislamiento.



Glauce tiene varios libros de poesía, que se leen con el pesar de saber que se conoce una vida apesadumbrada y que nos pesa también a nosotros. Por ahí filtra y deja testimonio del dolor que le produjo la desaparición de un hijo suyo en la última dictadura militar.



Glauce es de esas poetas de las que no se sale ileso. Glauce es, ya lo dije alguna vez, y lo repito, una Alejandra Pizarnik con menos prensa pero más profunda. Los animales, el cansancio, la sombra enemiga, la magia, el desarraigo, la aceptación de un destino que se revela como un grito, son logros inmanentes en su literatura. Estos poemas que transcribí arriba pertenecen a su libro Poemas crueles. Otros son: Libro de la Soledad, y Nuestra casa en el tercer mundo (publicados juntos), Yo Seclaud, Libro de María-Libro de Isidro, Con los gatos el silencio, entre otros. .........................................................Nicolás Jozami



Paolo Uccello: Pintor


...............por Marcel Schwob


Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero los florentinos lo llamaron Uccelli, es decir, Pablo Pájaros, debido a la gran cantidad de figuras de pájaros y animales pintados que llenaban su casa; porque era muy pobre para alimentar animales o para conseguir aquellos que no conocía. Hasta se dice que en Padua pintó un fresco de los cuatro elementos en el cual dio como atributo del aire, la imagen del camaleón.
Pero no había visto nunca ninguno, de modo que representó un camello panzón que tiene la trompa muy abierta. (Ahora bien; el camaleón, explica Vasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y el camello, en cambio, es un gran animal descoyuntado). Claro, a Uccello no le importaba nada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad y lo infinito de las líneas; de modo que pintó campos azules y ciudades rojas y caballeros vestidos con armaduras negras en caballos de ébano que tienen llamas en la boca y lanzas dirigidas como rayos de luz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbraba dibujar mazocchi, que son círculos de madera cubiertos por un paño que se colocan en la cabeza, de manera que los pliegues de la tela que cuelga enmarquen todo el rostro. Uccello los pintó puntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas con forma de pirámides y de conos, según todas las apariencias de la perspectiva, y tanto más cuanto que encontraba un mundo de combinaciones en los repliegues del mazocchio. Y el escultor Donatello le decía:

-¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por la sombra!

Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y agrupaba los círculos y dividía los ángulos, y examinaba a todas las criaturas bajo todos sus aspectos, e iba a pedir la interpretación de los problemas de Euclides a su amigo el matemático Giovanni Manetti; luego se encerraba y cubría sus pergaminos y sus tablas con puntos y curvas. Se consagró perpetuamente al estudio de la arquitectura, en lo cual se hizo ayudar por Filippo Brunelleschi; pero no lo hacía con la intención de construir. Se limitaba a observar la dirección de las líneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y la convergencia de las rectas en sus intersecciones, y cómo las bóvedas cerraban en sus claves, y la reducción en abanico de las vigas de techo que parecía unirse en la extremidad de las largas salas. Representaba también todos los animales y sus movimientos y los gestos de los hombres con el propósito de reducirlos a líneas simples.

Después, a semejanza del alquimista que se inclinaba sobre las mezclas de metales y órganos y que escudriñaba su fusión en el hornillo en busca de oro, Uccello volcaba todas las formas en el crisol de las formas. Las reunía, las combinaba y las fundía, con el propósito de obtener su transmutación en la forma simple de la cual dependen todas las otras. Fue por esto que Paolo Uccello vivió como un alquimista en el fondo de su pequeña casa. Creyó que podría convertir todas las líneas en un solo aspecto ideal. Quiso concebir el universo creado tal como se reflejaba en el ojo de Dios, que ve surgir todas las figuras de un centro complejo. Alrededor de él vivían Ghiberti, della Robbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellos orgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobre Uccello y de su locura por la perspectiva, apiadándose de su casa llena de arañas, vacía de provisiones. Pero Uccello estaba más orgulloso todavía. Con cada nueva combinación de líneas esperaba haber descubierto el modo de crear. La imitación no era la finalidad que se había fijado, sino el poder de desarrollar soberanamente todas las cosas, y la extraña serie de capuchas con pliegues le parecía más reveladora que las magníficas figuras de mármol del gran Donatello.

Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa estaba envuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía ni en lo que bebía y se parecía por entero a un ermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a un círculo de viejas piedras hundidas entre la hierba, vio un día a una muchacha que reía, con la cabeza ceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestido delicado, sostenido en la cintura por una cinta descolorida, y sus movimientos eran elásticos como los tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y le sonrió a Uccello. Él notó la inflexión de su sonrisa. Y cuando ella lo miró, vio todas las pequeñas líneas de sus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curva de sus párpados y los entrelazamientos sutiles de sus cabellos y en su mente hizo adoptar a la guirnalda que ceñía su frente una multitud de posiciones. Pero Selvaggia no supo nada de eso, porque tenía solamente trece años. Ella tomó a Uccello de la mano y lo amó. Era la hija de un tintorero de Florencia y su madre había muerto. Otra mujer había ido a la casa y había pegado a Selvaggia. Uccello la llevó a la suya.

Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frente a la muralla en la cual Uccello trazaba las formas universales. Jamás comprendió por qué prefería contemplar líneas derechas y líneas arqueadas a mirar la tierna figura que se tendía hacia él. A la noche, cuando Brunelleschi o Manetti iban a estudiar con Uccello, ella se dormía, después de medianoche, al pie de las rectas entrecruzadas, en el círculo de sombra que se extendía bajo la lámpara. A la mañana, se despertaba antes que Uccello y se alegraba porque estaba rodeada por pájaros pintados y animales de color. Uccello dibujó sus labios y sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijó todas las actitudes de su cuerpo; pero no hizo su retrato, como hacían los otros pintores que amaban a una mujer. Porque el Pájaro no conocía la alegría de limitarse a un individuo; no permanecía nunca en un mismo lugar; quería planear, en su vuelo, por encima de todos los lugares. Y las formas de las actitudes de Selvaggia fueron arrojadas al crisol de las formas, con todos los movimientos de los animales y las líneas de las plantas y de las piedras y los rayos de la luz y las ondulaciones de los vapores terrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse de Selvaggia, Uccello parecía permanecer eternamente inclinado sobre el crisol de las formas.

A todo esto no había nada que comer en la casa de Uccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo a Donatello ni a los otros. Calló y murió. Uccello representó la rigidez de su cuerpo y la unión de sus pequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojos cerrados. No supo que estaba muerta, así como no había sabido si estaba viva. Pero arrojó sus nuevas formas entre todas aquellas que había reunido.

El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su obra suprema, que ocultaba a todos los OJOS. Debía abarcar todas sus búsquedas y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años. Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:

-¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro!

El Pájaro interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas.

Y algunos años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro. Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado. Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la circunferencia al centro.


(Extraído de "Vidas Imaginarias")


Comentario:


Todo, todos los temas universales se cifran en este breve y excelso cuento de Marcel Schwob. Amor, muerte, locura, búsqueda del sentido de la vida, son rasgos de los que no carece ninguna obra de arte, y al paso del tiempo me atengo, que confirma estos dictámenes que definen lo clásico, lo permanente, y que aportan a lo ya analizado un singular relieve.
Elegí este breve texto de Schwob porque cada vez que lo recorro, soporto una sensación de desasosiego en el afán del pintor para alcanzar su obra, y luego me descargo en la plenitud de saber que ha muerto en esa búsqueda, donde no importa si alcanzó lo que quería o no. Es increíble la soltura con que el autor utiliza la imprecisión de una certeza y que justamente nutre la idea que nos hacemos finalmente del texto. Me explicaré. En los últimos párrafos, Donatello mira la obra terminada de Uccello y, asombrado, contesta: “Oh, Paolo, cubre tu cuadro”. Luego el autor aclara: “El Pájaro (Uccello) interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas”. No sabemos si logró su objetivo el pintor, pero ese no saberlo, esa duda, en la que pareciera se basa todo el cuento, es lo que nos calma, al pedirnos que cada lector finalice con la respuesta, provisoria como todas, que quiera. Bueno, con respuestas provisorias nos manejamos en la vida ¿o no? Y no creo que muchos quisiéramos terminar nuestros días con el pergamino de nuestros propias búsquedas aferrado al pasado.
El arte, la literatura, Schwob en este caso preciso, nos invita a buscar nuestra obra u obras en la contemplación sigilosa de nuestros esfuerzos, que quizás otros descubrirán. Lean las Vidas Imaginarias de Schwob, de donde extraje este breve relato. Cada personaje de ese libro se mueve con una fuerza impulsiva más real, más consistente y menos adornada que nuestros propios circuitos biológicos.



,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,Nicolás Jozami


Caída de los grandes relatos


Ella llega tímidamente, despabilándose. Se arrima a la mesa tapándose la boca.
-¡Hola! ¿Cómo estás?- le digo sin sacar la vista del diario. -Bien- contesta ella, a pesar de que la voz le sale aflautada y disminuida. -¡Mirá!-, dice sacándose la mano de la boca y señalándome los dientes inferiores con una encía libre en el medio.
–Se te salió un diente- le digo remarcando la palabra diente.
– Me lo sacó mi hermano- dice ella sentándose o más bien acurrucándose en la silla blanca, como preparándose para continuar la charla.
-¿Y cómo te lo sacó? ¿Con un hilo de coser?- dije, gesticulando el ademán de la operación.
–No- dice ella, -me lo agarró así y me lo sacó- mientras apretaba el índice y el pulgar dentro de su boca en la zona donde faltaba el diente y los movía hacia fuera con rapidez.
-¡Qué bueno Mili!- le dije mientras daba vuelta las páginas del diario. Ella cambió la cara repentinamente. Se puso seria, pensativa, casi lacrimosa, y largó una sonrisa saliendo de la silla, donde más que sentada, parecía encerrada. -¿Y hoy por qué no fuiste a la escuela?.
–Lo de siempre- respondió mirando al suelo, con intención de clausurar ese tipo de preguntas. Y volvimos al tema excluyente.
–Che ¿y dejaste el diente para el ratón Pérez?-. Milagros volvió a cambiar la cara, lentamente, como escogiendo los gestos.
–Sí, pero por mi hermano el ratón no pudo llevarse el diente- dijo.
-¿Y qué hizo el Oscar ahora?- le dije frunciendo las cejas.
– Es que me sacó la almohada mientras dormíamos- afirmó.
-¿Y cómo?- le repregunté.
-Sí, profe, yo puse el diente debajo de la almohada, y me acosté a dormir, pero el Oscar dormido me sacó la almohada para tenerla él y el diente se cayó al piso-.
–Ah, entonces el ratón Pérez no encontró el diente cuando pasó por tu cama, ahora entiendo- le dije.
–Sí-, dijo ella mirando el cielo nublado a través de la ventana que estaba detrás mío.
–Claro, el ratón pasó, buscó, y al no verlo, se fue sin dejar nada. –Claro profe. Pero igual mi mamá dijo que me iba a dar los dos pesos- dijo avergonzada, como sintiéndose culpable de la infructuosa espera-.
-¿Profe, tiene un lápiz? ¿Y un papel?- dijo Milagros.
–Sí- le contesté, mientras me levantaba a encender el calefactor. Le acerqué un lápiz y pedazos de papel. Milagros hacía líneas verticales y levemente arqueadas en el centro de las hojas. En su sonrisa faltaba el diente que anoche no estuvo. Pensé en el diente muerto, tirado en algún lugar del suelo. En el hermano que cuidaba de ella cuando su madre no estaba. Pensé en el ratón Pérez, ya viejo, cansado, dando vueltas en círculos, solitario, en busca de un motivo para comprender la culpa de no poder vivir en la imaginación de una niña.
-Capaz que el ratón Pérez está viejo y cansado ya, Mili, y por ahí no puede pasar más a llevarse los dientes- me dije a mí mismo frente al dibujo que Milagros hacía, arrodillada en la silla blanca.



...................................................................................Nicolás Jozami

Nicolás, te comento:
Me enterneció, pero sobre todo me gustó porque trasciende la brecha entre la literatura infantil y la adulta. Esta es otra forma de reencantar el mundo. Los diálogos son creíbles, hasta se puede sentir las posiciones de los protagonistas. El narrador adulto sólo se abstrae en el título, conservando su visión intelectual en la máxima posmoderna: "La caída..." Un abrazo, Miguel.

Textos Miguel

...................................(Leandro Vaz)
FIGURA CAÍDA

Caído sobre el asfalto
un martes 2 de enero a la siesta
como flotando en un desagüe negro
parecía una
de esas
latas que forman un pez
cuando son aplastadas por los autos
y estampan un fogonazo en la
reverberancia de una lejanía que
no hace más que confundir las cosas
y retirarse
nunca se da por alcanzada
no sabe uno adónde quiere llegar. Como sea

tenía el perfil de un pez y al acercarme
era un gorrión. Peces en otra época pensé
pasaron del agua al aire por eso hay pájaros que
se sumergen en la corriente
de un río y salen volando con un pez
en la boca son pescados que vuelan éste supo
volar y ha caído ahora en gracia des ser
una doble figura
del principio al fin el arte
vivo de la muerte alcancé a pensar
lo irá completando
desde adentro hacia afuera
como todo arte verdadero
seguí pedaleando los autos no me
dieron tiempo a tocar los frenos
me empujaban a ver por dónde iba
sólo a ver sin parar

Miguel de la Cruz
de “El sendero sin bordes”
FOTO: Rubén Jozami -2009-